No sé cuál beneficio esperan obtener los dirigentes opositores que se niegan a la unidad anti-reeleccionista bajo el decir de que las elecciones no se decidirán en mayo próximo, sino en una segunda vuelta.
Aunque nunca han confesado explícitamente en que basan su actitud, es posible que esperen en una eventual segunda vuelta, convertirse en la fuerza que inclinaría la balanza y así cotizarse más caro, políticamente hablando. Sea esa o no se esa su estrategia, a esos los líderes hay que advertirles el juego peligroso que están jugando
En una coyuntura electoral tan difícil, frente a rivales tan poderosos, parecerían decir: No importa el poder del adversario, ni la necesidad imperiosa de sumar fuerzas contra él, mantengamos divididos, que cada candidato opositor deposite y cuente sus votos aparte, porque, como el candidato oficialista no ganará en primera vuelta, entonces en la segunda hablamos y tal vez nos podríamos poner de acuerdo. Eso se llama aventurerismo, jugar a la política de la quiniela y a la ruleta rusa.
Es cierto. Hay indicios de que el candidato oficialista ha descendido en las preferencias de los electores, de que aumenta en muchos el hastío por tantos años seguidos de peledeísmo en el poder, de que el descontento y la insatisfacción crecen, pero hasta hoy no se ha conformado una voluntad nacional mayoritaria a favor del cambio, como la que se notaba en el 1978 por poner fin a los doce años del balaguerismo, ni como la que se percibía cuando el presidente Hipólito Mejía ganó las elecciones.
Esa voluntad nacional de cambio puede construirse. ¿Quién dijo que no? Pero al electorado hay que convencerlo de la justeza de las denuncias contra el gobierno, de la pertinencia de las propuestas de la oposición, y también del desinterés, el espíritu unitario y la ausencia de sectarismo de quienes encabezan esa oposición.
El candidato que se enfrente al presidente Danilo Medina tiene que sumar todos los votos que puedan ser sumados y esto es imposible si cada quien se va por una senda distinta.
Hay que sumar ahora. Ir en contra de esa necesidad es contribuir a que la reelección pase y probablemente a que tampoco haya segunda vuelta. Así que no le veo sentido a este juego a una segunda vuelta cuyas posibilidades, al día de hoy, no están seguras.