La noche del 8 de noviembre estuvimos en vilo hasta después de medianoche debido a lo apretado de los resultados de las elecciones en Estados Unidos.
Es tradición en las últimas elecciones estadounidenses que las costas y las grandes ciudades tienden a ser demócratas, mientras el centro y la ruralidad del país es republicano.
Por eso vemos un mapa rojo con los bordes azules. Pero esa madrugada casi todas las encuestas se equivocaron: Donald Trump fue electo presidente. Ganó en contra del Partido Demócrata y en contra del Partido Republicano.
Ganó con un discurso xenófobo, racista y misógino. América Latina teme su presencia en la Casa Blanca, comenzando por México, cuya moneda se desmoronó, reflejando los peores pronósticos imaginables.
Los latinos y los afroamericanos no salieron a votar. El mundo amaneció el miércoles 9 en mayor riesgo.
Ganó el peor. Los hombres blancos rurales, empobrecidos y evangélicos, con bajo nivel educativo, se impusieron.
El miedo de ese sector a los emigrantes, al libre comercio y la tecnología, a los cuales les achacan la pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos, fue aprovechado por Trump. Pero una cosa es la campaña, otra la Oficina Oval.
Si en campaña Trump mantuvo en vilo a Estados Unidos y el mundo, como presidente nos generará mucho stress.
La pregunta es si el payaso se quitará el disfraz o seguirá con la farsa.
¿Podrá el Congreso controlarlo? Es temprano para pronosticar, pero recién vimos que los pronósticos no han funcionado.
Pisamos un futuro desconocido y peligroso.