Duarte ha tenido la desdicha de que tras su muerte muchísimos “duartianos” invocan su nombre pero nunca actúan ni califican para haber sido “duartistas”.
Hasta cuando hay debates sobre su fisonomía moral o carácter como político, hay historiadores que prefieren al Duarte etéreo y perfecto pintado por Navarro, un ser inexistente, y no al poliédrico fabricante de velas y comerciante cuyo ánimo aplastó la vesania santanista.
La meditación me vino al leer un mensaje de Luis Martín Gómez, laureado maestro de la mini-ficción, comentando cómo en el museo dedicado al Padre de la Patria “el polvo y la humedad amenazan dañar todo: documentos, libros, pinturas, esculturas, piezas históricas invaluables. Para cualquier museo, sería una tragedia; para este es un crimen”.
Nos recuerda Luis Martín que en el 2012, antes del bicentenario del nacimiento de Duarte, las autoridades ofrecieron “convertir en una maravilla” la casa donde nació Duarte pero está incumplida esa promesa… Ojalá este llamado de atención motive el rescate del Museo de Duarte.