Los meses de enero y febrero poseen una singular significación para los dominicanos. Hace ya decenas de años se definió y consolidó lo que eventualmente sería este país.
De ahí que en estas y muchas otras fechas se señalen días de celebración y recordación del sacrificio de tantos valientes hombres y mujeres que ofrecieron su vida para que hoy podamos llamarnos hijos de la República Dominicana.
Quien ha estudiado y conoce con minuciosidad la historia de América, fácilmente puede deducir que esta pequeña isla de Santo Domingo, apenas una vaga mancha en el mapa, ha sido escenario de muchos y reiterados conflictos que persisten en la actualidad.
Casi siempre manejada como un botín de guerra o de las circunstancias, a duras penas ha logrado sobrevivir.
Ha sido objeto de saqueos, de crímenes innombrables, de los apetitos desmesurados de países poderosos y de sus propios malos hijos. Desde hace varios años ha sido el centro de una campaña promovida por quienes se consideran con derecho a decidir el reparto del mundo y los destinos de la humanidad.
El rumor que ha terminado por ser certidumbre sobre tales propósitos, aviesos por decirlo de alguna manera, se inició hace más de dos décadas.
Parlamentarios de la Unión Europea que recorrieron por meses tanto la República Dominicana como Haití, se manifestaron inclinados a la unión de ambos Estados, como, al parecer, las cúpulas de poder universal habían pensado o previsto como una solución viable al problema haitiano, un irresuelto y permanente dolor de cabeza.
La presencia de esta gente tanto dentro como fuera de la media isla que les correspondió habitar y que han devastado en todos los órdenes, provocaba y provoca insoportables trastornos.
¿Qué mejor solución, pensaron esos globalistas, que permitirles a esa etnia propagarse por todo el territorio de la isla, bien lejos de sus respectivos países?
Los haitianos capturados en alta mar y trasladados por los estadounidenses a la base militar de Guantánamo, confirmaron sus temores: ingobernables, primarios, devastados por el sida y contagiosas enfermedades desterradas de todas partes.
Se propuso entonces estimular la migración dominicana hacia Europa y Estados Unidos. Se llegó a plantear que el dominicano poseía una significativa capacidad de integración.
Contrario a la población haitiana que, debido a sus magros niveles de civilidad y de empatía, representan una carga social insoportable para cualquier lugar donde se establecen.
Nunca se planteó públicamente que el propósito real era que los habitantes de la parte oeste de la isla se propagaran por todo el territorio.
Para ese propósito les favorecían su capacidad de reproducción incontrolable, su irrespeto absoluto por la naturaleza y sus hábitos de “resolver” sin ningún tipo de reparo civilizado cualquier obstáculo con el que tropezaran.
Desde entonces, los afanes por imponer a los habitantes del este la presencia masiva de los del oeste, no han cesado. Los dominicanos deben dormir con un ojo abierto porque los peligros son ahora mayores que nunca.
En estas fechas tan representativas considero conveniente exhortar a los nacidos en esta tierra a que reflexionen seriamente sobre estos problemas.
Asistir, participar, hablar, ser parte de este esfuerzo común y similar propósito de estas fechas patrias.
Es preciso que la dominicanidad se asuma como un sentimiento poderoso e incontenible, en capacidad de resistir y darle el frente a cualquier programa en su perjuicio y a los oscuros planes que han logrado avances considerables.
Hoy, más que nunca, la Patria de Duarte requiere de nuestro respaldo, de nuestra presencia, de nuestro amor, de nuestra dedicación, de nuestro sacrificio.
La defensa de la nacionalidad dominicana es el tema prioritario. Ese es el imperativo de este momento.