Los dominicanos, aquellos que aman este país con su gama de logros y fracasos, se sienten consternados ante la evidente irresolución de las autoridades frente al grave problema que representa la progresiva y evidente ocupación haitiana de nuestro territorio.
No se comprende este silencio (¿cómplice?). Crecen las informaciones sobre las embestidas sistemáticas que, en sus diversas maneras, Haití y su pueblo llevan a cabo contra la estabilidad institucional del país y en absoluto desconocimiento de la lucha y la sangre derramada por nuestros hombres y mujeres para preservar una identidad, un idioma, un pasado histórico, una cultura.
¿Acaso estamos ante una mayúscula transacción, una estafa inconcebible, cuyos detalles no son de dominio público? El hecho cierto es que nos encontramos de rodillas ante un “país” calificado como inviable por las Naciones Unidas desde el año 1948. “Un país” y sus mentores.
Nuestro “mercado de trabajo” ha sido tomado por esa masa hambrienta y hasta desesperada. Igual ocurre con los empleos generados por el turismo. Nuestra agricultura se encuentra en sus manos.
La construcción es suya por derecho propio. La presencia haitiana es cada vez mayor en el servicio doméstico y en la vigilancia de propiedades, en el transporte público y el comercio.
Se ha apropiado de las ventas callejeras, de la distribución de tarjetas de llamadas, los periódicos y chucherías en las calles. Hasta los insoportables “limpia vidrios” son haitianos.
Tras ellos, vienen las señoras mendicantes, con hambrientos niños recién nacidos que dieron a luz “todo pago” (por los dominicanos) en nuestros hospitales.
Están en todas partes. Ocupan nuestros parques. Se pasean en oleadas por el malecón, han arrabalizado vías y lugares importantes de Santo Domingo y Santiago. Se les ve en grupos en les esquinas.
En los barrios marginados y ya no tan marginados, se han transformado en un factor de conflicto permanente con dominicanos que no toleran sus hábitos, sus costumbres.
Las estadísticas que involucran haitianos en crímenes, robos, peleas y actos delincuenciales, crecen sin cesar. Incluso tenemos hasta “representación” del “Estado” colapsado en los medios de comunicación.
Una investigación realizada por una firma determinó que miles de haitianos “sin hogar” duermen en las playas del este del país. El número aumenta cada día con todos los riesgos graves que supone este hecho para el medio ambiente.
Cientos de toneladas de carbón son enviadas diariamente a Haití en desmedro de nuestros bosques. Hay denuncias ciertas de la liquidación de especies autóctonas tanto en la sierra del Bahoruco como en todo el sur de la República Dominicana. La masiva migración ilegal no se detiene.
Las cifras son cada vez más alarmantes. Junto a oleadas de indocumentados, nos vienen los contrabandos, las armas, las drogas.
Lo que está ocurriendo, ante los ojos de una ciudadanía escandalizada, tendrá sus consecuencias. Que a nadie le quepa la menor duda al respecto.