Muy buenos días, señor Mujica. Gracias por venir a este país. No es preciso consignar aquí sus elevados merecimientos como ciudadano del mundo, porque todos le conocemos, le admiramos y deseamos contagiarnos con su ejemplo de sencillez e integridad.

Pero no. Me corrijo.

No todos nos alegramos con su visita. Nuestros corruptos profesionales deben estar burlonamente muertos de la risa en estos momentos, confiados en que sus malas artes son más poderosas que los manoseados principios y valores éticos en que creemos algunos ingenuos.

Por lo menos, señor Mujica, déjenos aunque sea una pequeña esperanza de que algún día no lejano podremos liberarnos de los corruptos que nos agobian.

Gracias, por adelantado.