Nuestro periodismo padece la costumbre, bajo la guisa de reportaje de investigación, del llamado en inglés “character assassination”: el deliberado intento de destruir la credibilidad o reputación de alguna persona o grupo, mediante el uso de verdades a medias, insinuaciones o falsedades.
La radio y la televisión ofrecen abundantes ejemplos de cuán enorme éxito de audiencia logran los cultores de este mal periodismo.
Una forma del deleznable estilo es ofrecer cualquier versión sobre algún hecho sin consultar al protagonista, como si fuese ético incitar alguna airada reacción del difamado en vez de contactarlo antes de publicar lo que le ataña.
Hace cuarenta años, cuando me inicié en el periodismo, me enseñaron que cualquier reportaje serio por reporteros responsables debe incluir ambas caras de la moneda, nunca una sola versión sin dar oportunidad de expresarse a la “víctima”.
La línea moral que separa la noticia o reportaje de la opinión o comentario también está difuminada. Peor todavía, este estilo propicia el chantaje y similares vagabunderías. Víctimas notables, como mi amigo Celso, saben qué digo.