La educación, ¡oh!, la educación

La educación, ¡oh!, la educación

La educación, ¡oh!, la educación

Rafael Molina Morillo, director de El Día

Si alguien tiene dudas de que el progreso de los pueblos va atado a la educación de sus gentes, me permito aconsejarle que se dé una vueltecita por Chile para que vea allí una prueba fehaciente de ello.

Fui a Chile la semana pasada, en gestiones relacionadas con la Sociedad Interamericana de Prensa, y sin proponérmelo pude comprobar los avances de esa sociedad en los más variados aspectos.

En ésta, mi cuarta visita a dicha nación sudamericana, no solamente pude notar el cambio que se ha producido en el paisaje, en los parques bien cuidados, en las calles sin una colilla o un papelito sucio en el suelo o en el crecimiento económico e industrial, sino particular y principalmente en algo que no se ve, no se huele ni se puede palpar: la educación.

Cuando hablo de la educación no me refiero solamente a la de alto nivel científico o filosófico que se imparte en las universidades o elevados centros de estudios, sino también a la de abajo, la que se enseña en las escuelas rurales y en los hogares, por modestos o pobres que sean.

El chileno es educado por naturaleza, en todos los niveles sociales. Si ve que usted tiene alguna dificultad, le ofrece auxilio sin importar quién sea usted; si no tiene soluciones a mano, hará magia para encontrarlas. Es atento, habla en voz baja, le gusta servir; en otras palabras, es educado.

Cuando veo algo bueno que favorece a un tercero tiendo automáticamente a compararlo con lo mío. En este caso debo admitir que la comparación me deja golpeado.

Aunque, viéndolo bien, debería servir a los dominicanos como lección y ejemplo para tratar de aprovechar las oportunidades que se nos presentan, y superarnos tanto en lo elemental como en lo más trascendente, a fin de que algún dÍa nosotros también podamos alcanzar, partiendo de la educación, los peldaños más altos en esta elevada escalera que es la vida.



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