Bloomberg View.-Con la inflación en un promedio anual de 98,3 por ciento para 2015, y predicciones de que podría alcanzar 720 por ciento este año, Venezuela probablemente esté a punto de sumarse a las filas de los países que experimentan aumentos de precios descontrolados que paralizan la economía.
Si la hiperinflación –definida como aumentos de precios del 50 por ciento o más mensual- se instala, las comparaciones con otros episodios de esa índole serán inevitables.
El más famoso es el que afectó a Alemania a comienzos de los años 1920, con sus imágenes de gente común pagando por artículos de primera necesidad con carretillas llenas de dinero.
Sin embargo, el aspecto más interesante de los episodios históricos de hiperinflación acaso sea cómo terminan. Y Alemania proporciona un ejemplo que Venezuela podría emular creíblemente para recobrar el control de su moneda.
Después de la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles exigió a Alemania pagar reparaciones a los vencedores, que debían entregarse en oro, además de materias primas como acero y madera. Cuando Alemania incumplió sus pagos, soldados franceses y belgas ocuparon la región del Ruhr, el corazón industrial del país, en enero de 1923.
Los trabajadores alemanes se negaron a cooperar con los ocupantes e hicieron huelga, alentados en parte por funcionarios de gobierno.
Las industrias del Ruhr en gran medida cerraron y la recaudación fiscal colapsó. Al quedarse sin dinero, el gobierno alemán recurrió a la emisión para pagar sus cuentas y sostener a las legiones de trabajadores desocupados de la región del Ruhr. La inflación que ya estaba descontrolada, hizo metástasis en hiperinflación.
La caída espectacular del marco alemán tuvo pocos paralelos. En 1918, con un marco se compraba una rodaja de pan.
En septiembre de 1923, el costo era de 200,000 millones de marcos. Alemania flirteó con el colapso total, dando lugar al fallido Putsch de la Cervecería de Adolf Hitler. Hitler fue a parar a la cárcel, pero la inflación continuó haciendo estragos.
El canciller, Gustav Stresemann, fue un administrador idóneo que intentó apaciguar el conflicto por las reparaciones. También emprendió acciones para poner fin a la hiperinflación, designando a un banquero ambicioso llamado Hjalmar Schacht para el nuevo puesto a nivel de gabinete de “comisionado de la moneda”.
El puesto incluía poderes adecuadamente amplios que dieron a Schacht una influencia considerable sobre las decisiones de gabinete que afectaban a la moneda.
A simple vista, Schacht parecía estar en una situación perdedora. No podía razonablemente hacer que Alemania volviera al patrón oro convencional porque no había suficiente oro en el país y lo poco que quedaba estaba encerrado en las bóvedas del Reichsbank.
La mayoría de los gobiernos que enfrenta esta situación tomaría la salida fácil y emitiría nuevas monedas con denominaciones altas.
Alemania ya había recorrido ese camino, emitiendo billetes de denominaciones cada vez mayores –la más alta llegó al exorbitante billete de 100 billones de marcos- pero dichas medidas no sirvieron para frenar la hiperinflación.
En todo caso, probablemente contribuyeron a reforzar el sentimiento de que el gobierno había perdido el control.
Otra opción era absorber los billetes viejos y cambiarlos por nuevos de una moneda de denominación más baja pero con un nuevo nombre. Pero, del mismo modo, esta táctica rara vez funciona.
El pueblo debe creer que algo fundamental cambió y que la moneda está respaldada por algún tipo de activo, o como mínimo, un compromiso de parte del gobierno de no utilizar la imprenta.