Frecuentemente al PLD se le compara con el PRI de México. Por 71 años consecutivos, todos los presidentes mexicanos eran priístas, hasta que un ejecutivo de la Coca-Cola, Vicente Fox, ganó las elecciones de 2000.
Apenas en 2012, el PRI logró recuperar precariamente el poder, con aliados y apenas 38 % del voto (el más bajo en su historia).
Siete décadas de unipartidismo convirtieron a México en uno de los países más corruptos del mundo, donde resultaba imposible invertir o cualquier negocio grande sin socios políticos.
Aquella envidiada hegemonía fue posible porque ese ogro filantrópico, como lo llamara Octavio Paz, se purgaba cada cinco o seis años y renovaba la dirigencia partidista.
El PLD, en cambio, exhibe un comité político donde casi la mitad son veteranos de la guerra fría, ignorantes de las nuevas realidades. Mientras el PRI, pese a todos sus defectos, mantenía en movimiento el ascensor de liderazgos, hoy en el PLD mandan los mismos desde antes de 1996.
Para entender qué pasa, ¿hace falta seguir con esta odiosa comparación?