Hurgando entre papeles viejos encontré una de las primeras historias que había recogido para esta columna.
Con ella trataba de demostrar lo difícil que es juzgar a los demás si solamente nos llevamos de las primeras apariencias.
Imaginemos, por ejemplo, que se quiere elegir un líder mundial y el voto de usted es decisivo. Estos son los perfiles de los tres candidatos, basados en personajes que existieron realmente:
Candidato “A”: Estuvo unido a curanderos y consultaba a astrólogos. Tenía dos amantes. Fumaba y bebía de ocho a diez martinis por día.
Candidato “B”: Lo despidieron de su trabajo varias veces. Dormía hasta el mediodía. Usó opio en el colegio. Bebía un vaso de brandy todas las mañanas.
Candidato “C”: Fue condecorado como héroe. Era vegetariano. No fumaba.
Ocasionalmente se tomaba una cerveza. Nunca se involucró en relaciones extraconyugales. Era un obsesionado por la salud.
¿Cuál de estos candidatos elegiría usted para dirigir el mundo?
Piénselo bien, haga su elección antes de continuar leyendo. ¿Ya?
Bueno, para su información les diré que el Candidato “A” era Franklin Delano Roosevelt; el Candidato “B” era Winston Churchill y el Candidato “C” era Adolfo Hitler.
¿A quién eligió usted?