De la muerte siempre algo nuevo nace

El hablar de la muerte en nuestra sociedad supone casi siempre un halo de misterio. Unos prefieren no nombrarla, es lo que yo llamaría un tema tabú. No obstante, responde al ciclo de la vida, unas veces nos tocará acompañar a otros a su destino final, hasta que finalmente el telón cae y nos toca a nosotros. Pero lo más maravilloso que he podido experimentar son las cosas que nacen a raíz de la muerte de un ser querido.

El debido proceso de vivir el duelo es algo natural, nos sentiremos tristes, añoraremos la presencia del otro, recordaremos momentos, eso es algo inevitable, pero en el devenir de lo que vivimos antes, durante y después de atravesar un duelo hay muchas experiencias. Por ejemplo, las que se viven con las personas cercanas que también amaron al fallecido y con las que quizás cuando esta persona estaba viva no te relacionabas y ese dolor los une, y nacen vínculos que nutren y que se extienden más allá. Cuando se comparten las distintas perspectivas y conoces aspectos que no conocías de tu ser amado, es como si aún estuviera presente aunque de otra forma.

A veces lo que nace es un cambio a tu percepción de la vida y honras la vida de esa persona haciéndote más consciente y viviendo el presente y a plenitud tus experiencias, si así este lo hizo. Cuando la experiencia de vida o quizá el momento de su muerte fue accidentado, nace también un aprendizaje, instituciones que ayudan a otras personas a hacer este momento más llevadero o a lograr una existencia plena en la Tierra. Con la muerte de mi abuela materna nací a vivir el reconocimiento de un legado y lo que es la fuerza de la entrega, con la muerte de una compañera de trabajo, a sonreír siempre, con la muerte de una tía a aprovechar el momento y compartir con ella. Al final, nunca se van, de alguna manera viven como decía Rabindranath Tagore, “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”.