¿Yo, el gánster?

 ¿Yo, el gánster?

 ¿Yo, el gánster?

Desde que tengo uso de razón escucho aquella palabra. Es transhistórica, transocial y transcultural.

La vi  en los ‘paquitos’ de Fantomas, que de niño me iniciaron en la lectura voraz, y en cientos de historietas, pasando por Marcial Lafuente, hasta llegar al clásico “El Padrino”, que es el mundo de la concreción del término.

Confieso que su campo semántico nunca me alarmó –y siempre me remitió al divertimento y a las aventuras fantasiosas de terceros- hasta que alguien me llamó gánster a través de la radio.

El convencimiento, la seguridad y el énfasis con que relacionó el término con mi persona, me hizo auscultar la esencia de la palabra.

Estas son las acepciones que me provee Word reference: Malhechor de cualquiera de las bandas mafiosas que, procedentes de Italia, controlaban el crimen en Estados Unidos; miembro de una banda de delincuentes e individuos que procura su beneficio o el de su jefe a través de la violencia, el soborno y la coacción.

Mi reflexión trascendió el simple ejercicio de ubicar el contexto referencial de una palabra –tan cotidiana que en muchos casos la veríamos como normal, un chiste o una mofa- para pensar en mi trayectoria como ser humano, hijo, esposo, padre, profesional, ciudadano, amigo, socio, emprendedor, servidor público.

He buscado con afán, hasta perder el sueño, el más mínimo resquicio por donde pudiese colarse la palabra gánster y calzar con mi conducta en las funciones privadas y públicas que he asumido o con mis actuaciones en cualquier ámbito ciudadano.

No lo he hecho por duda sobre mí mismo, sino para tratar de comprender la agresión moral de la que he sido víctima. Hoy he cerrado el círculo de las reflexiones y, decidido, paso a otro ámbito, que es la defensa del honor bajo los mecanismos que provee el Estado de derecho.

Así podré calmar los huesos de mi padre, que saltan en la tumba, y dar respuestas concretas a ese porqué colgando en la conciencia de los míos.



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