Uno de los fenómenos urbanos más llamativos de la última década es cómo las avenidas de Santo Domingo se convierten en puntos de encuentros nocturnos de cientos de personas de ambos géneros, la inmensa mayoría jóvenes, cuya presencia conlleva carros preparados con luces, aros y parafernalia musical, acompañados por una abundante ingesta de alcohol. Lo que una vez fue el malecón los domingos por las tardes para el paseo y distracción, ahora son avenidas como la Lincoln, utilizados de manera indebida para el exhibicionismo o simplemente consumo de alcohol.

En un principio este fenómeno se caracterizaba por el alto volumen de la música y el afán de dejar huellas de caucho que se producía cuando se quemaban las gomas haciendo ceritos o arrancaban dragueos. En repuesta a los múltiples reclamos de las vecindades, se despejó el área contigua a clínicas y medios de comunicación, sin que por ello cesara la chercha, sino que se rodó el desorden más lejos de donde resonaban las quejas y más cerca de donde se expende alcohol.

Inclusive la autoridad pública, frente a los reclamos en medios de comunicación cuando salía alguien encueros o herido, hacían presencia esporádica, por cortos periodos de tiempo, espantando a los antisociales y despejando momentáneamente el desorden.

Pero ahora hemos pasado del desorden a la violencia. En las últimas semanas se han visto en las redes sociales diferentes videos que testimonian escenas de violencia física y hasta exhibición y disparos de armas de fuego, tal cual estuviéramos en Bagdad o Kabul. Y peor, estas escenas aterradoras de violencia acontecen dentro de un restaurant, o en una estación de expendio de combustibles, donde la desgracia pudo ser infinitamente peor. Es necesario poner este fenómeno bajo control e intervenir permanentemente las zonas con patrullas de autoridad apropiadas e insobornables, so pena de tener que lamentarnos de una mayor desgracia más adelante.