Valores éticos y rol empresarial

Valores éticos y rol empresarial

Valores éticos y rol empresarial

José Mármol

El déficit de pensamiento que nos produce la lógica dictatorial de la cotidiana demanda de eficacia productiva, propia de la sociedad contemporánea, nos coloca en la actitud errónea de creer que la ética y la axiología son disciplinas meramente filosóficas, demasiado abstractas, que poco tienen que ver con la realidad y lo que esta representa en términos personales, económicos, políticos, sociales.

Sin embargo, la moral y los valores son, aunque intangibles, los resortes que guían las acciones de los individuos y definen el carácter o la forma de ser de las personas, las instituciones, las culturas, los pueblos y Estados. Se trata de componentes que operan en el marco del pensamiento.

Y es, en efecto, el pensamiento lo que hay que transformar para que las entidades y los agentes sociales, entre ellos, las empresas privadas y públicas, jueguen un rol preponderante en la construcción de un mundo con menor desigualdad económica, con mayor equidad jurídico-política, con menos guerras y mayores oportunidades para los distintos estratos sociales.

“Es necesario un cambio de conciencia para conseguir una sociedad verdaderamente sostenible”, nos dice Jordi Pigem, porque es “en las mentes de los hombres y mujeres donde hay que construir los baluartes de la sostenibilidad”.

Y sostenibilidad es el balance entre los objetivos que persiguen los tres grandes sectores de la sociedad: el público, el privado y el de la sociedad civil.

La filósofa y consultora empresarial española Adela Cortina razona, a lomos de su último libro titulado “¿Para qué sirve realmente la ética?”, en torno a la efectividad de los valores en la vida pública y privada, y cómo tomar decisiones carentes de compromisos éticos y auténticos valores podría afectar, no solo a una empresa, una sociedad o a un Estado, sino a todo el mundo.

Piénsese, simplemente, en los efectos que produjo en la economía, el empleo y la población mundiales la crisis causada por la avaricia individualista de influyentes cerebros financieros de EE UU, Europa y Asia, a partir de 2008, y el descalabro de corporaciones con incidencia en la economía globalizada.

Una conducta ética contribuye a abaratar costes en dinero, que se traducirán en menor incertidumbre existencial y menor sufrimiento humano.

También es importante para que las entidades y las personas se forjen un buen carácter, más solidario y comprometido con el bienestar del otro.

La ética en las empresas sirve para que se comprenda la importancia del equilibrio entre la generación de beneficio individual y la inversión socialmente responsable.

Un pensamiento y una acción éticos apostarán al balance entre el interés individual, que es inherente a la empresa privada, el interés general, que es preocupación de lo público, y la creación de valor compartido, que deriva de los dos anteriores y de la entrada en vigor de las demandas del tercer sector, el de las instituciones sin fines de lucro.

En este tenor fundamenta, en parte, su discurso el estratega en comunicación y RSE Ítalo Pizzolante Negrón.

Pero la ética empresarial también contribuye a que prevalezca el respeto y se desarrolle un vínculo virtuoso entre empresarios y trabajadores.

La ética también ayuda a las empresas a producir bienes y servicios de excelente calidad y comercializables a precios justos. Lo que en el lenguaje empresarial hoy día llamamos gobernanza es el resultado de la voluntad ética de los directivos, y con ello contribuyen a modelar en los partidos y agentes políticos la construcción de una democracia verdadera: aquella que respeta y se desvive por el pueblo.

Los valores éticos son pilares para mantener viva la esperanza en un mundo mejor.



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