Una sociedad en deterioro

Al pasar unos días que por diversas circunstancias, en más de cinco años siendo prestigiado por poder llevarles semanalmente esta columna, obvié la misma, regresa uno a las reflexiones cotidianas y percibo cuán deteriorada está nuestra sociedad y qué poco está haciendo el liderazgo político, social y religioso por rescatar y restaurar lo que una vez fue orgullo de nuestra coexistencia.

La violencia, asaltos y actos de barbarie se propagan cual incendio en cañaveral seco. Si no es la virulencia con que se enfrenta al inmigrante haitiano, producto del hostigamiento y la indiferencia oficial hacia la inmigración ilegal. La violencia de género, fenómeno que hasta hace pocos años apenas se percibía como excepción, y no la regla, hoy es el pan nuestro de cada día.

A estos se les unen los asaltos, las raterías, trompadas contra las autoridades de tránsito y la fuerza pública, proyectando una imagen de caos violento entre amplios segmentos sociales.

Nuestro país parece una burla frente a los flagelos de la droga y el juego de azar.

La captura cotidiana de capos grandes y pequeños, nacionales y extranjeros, la incautación constante de cientos de kilos de estupefacientes son ya vistos como actividades rutinarias, sin detenernos a meditar las funestas consecuencias que todo ello acarrea.

En un país como el nuestro, con unas 150,000 bancas, entre fijas y ambulantes, no puede hablarse de empleos de calidad, de niveles de sueldos dignos o de un futuro promisorio.

Vergüenza nacional debería sentir cada dominicano que es seducido por el engaño del juego como la solución de su futuro.

Finalmente, y para no hacer de este una letanía de lamentos, se pregunta uno cómo es posible conducir una nación, financiar su desarrollo, justificarse frente a la clase media y los contribuyentes cuando reconocemos una evasión fiscal del impuesto sobre la renta superior al 60 %?

Estas líneas no son solo un desahogo, sino un llamado antes de que ya sea demasiado tarde.