Una existencia miserable

Una existencia miserable

Una existencia miserable

Si se evalúa lo que podría calificarse como “el discurso oficial” (la tediosa e insoportable campaña sobre los “logros” del Gobierno), nadie osaría discutir la existencia de algunas obras ejecutadas, aunque no de las proporcionesni de la calidad y mucho menos del presupuesto que se anuncia.

Sí es un hecho verificable el sentimiento de extrañeza e incredulidad del pueblo ante esta embestida mediática. ¿A qué se debe que los dominicanos sienten y piensan que los cacareados “logros” en muy poco tocan para bien sus propias vidas?

Los gobiernos que han administrado la “cosa pública” han hecho uso de una suma de dinero monstruosa en los últimos veinte años.

Entonces, ¿por qué existen tantas necesidades? ¿Por qué el costo de la vida es tan devastador? ¿Por qué nuestros niveles de bonanza han caído tan estrepitosamente al suelo? ¿Qué se ha hecho con los miles de millones de una deuda externa sin precedentes?

La vida que ahora “vivimos” no se puede comparar con la que existió en República Dominicana hace dos décadas. Y hablamos, en principio, de la situación económica.

¿Y si uno toca aspectos fundamentales como la seguridad, la cantidad escandalosa de crímenes cada vez más horribles contra niñas y niños, las mujeres ultimadas, la violencia callejera, los atracos, el final estrepitoso de la vida familiar, la ruptura de las costumbres y los valores tradicionales, la droga omnipresente?

El país, todos lo sabemos, está desbordado por las demandas de la gente. Agua, luz, salud, caminos, viviendas, aceras, calles. Millones de personas viven en la pobreza más aterradora.

Pasan hambre, mueren por enfermedad o por el insufrible estado de criminalidad o por el abandono de las autoridades. El desempleo es enorme. Las oportunidades escasean. Hay hambre y miseria por todas partes.

La infraestructura del país se encuentra en bancarrota. Puentes, caminos vecinales, carreteras, autopistas, todo ha colapsado.

La vida es cada vez más complicada, difícil e insatisfactoria. La justicia carece de confiabilidad, las madres, esposas e hijas lloran a sus parientes asesinados en esta guerra que se escenifica en las calles, en los hogares, en el trabajo, en el colmado, en el supermercado, en las escuelas, en los hospitales.

Hemos perdido el exiguo bienestar de otros tiempos, la relativa tranquilidad y las satisfacciones de que una vez disfrutamos yacen moribundas en nuestros recuerdos.

Ahora somos más pobres y necesitados que nunca antes. Algo sí ha proliferado en este estado de cosas: los políticos millonarios, el capital de dudoso origen, los “vivebien” y sus muy alegres servidores, que no representan el punto cero cero por ciento (.00 %) de la población.

Se tropieza con ellos en todas partes, su forma de vida, autos inaccesibles y fiestas deslumbrantes, sus mansiones, torneos exclusivos, viajes, sus sonrisas y carcajadas de burla.
La dominicana es una sociedad en bancarrota.

Las estadísticas son una farsa. Vivimos una ficción. Nuestra existencia nunca había sido tan sórdida y miserable como lo es ahora. Pregúntenle a la gente.



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