Una delicuencia despiadada

Una delicuencia despiadada

Una delicuencia despiadada

Rafael Chaljub Mejìa

Dos de las peores señales de la descomposición: el auge arrollador de la delincuencia y la crueldad y la falta de reparos y miramientos de quienes la practican.

Maleantes, ladrones y homicidas siempre existieron, pero tengo para mí que los delincuentes de otros tiempos se imponían ellos mismos ciertos límites y guardaban respeto a determinado tipo de personas.

Ejemplo, los presos políticos contábamos, casi siempre, con el respeto y en algunos casos, hasta la solidaridad de los presos comunes.

Recuerdo los ladrones de mi región de origen, por allá por la costa arriba, y me parecen simples maroteadores muertos de hambre, en comparación con algunos de los criminales de estos tiempos.

Hubo en mi tierra cuatreros y forzadores, estafadores y descuidistas, ocurrió que en algún caso mataron a alguien por quitarle lo suyo.

Pero aún dentro de su degradación moral, algo le quedaba de honor y de vergüenza a aquellos delincuentes que hasta la cara se la tapaban cuando lo presentaban en público.

Más de uno se fue del lugar porque lo descubrieron robando algún racimo de plátano en un conuco ajeno. Hay que mirar arriba, hacia los que han sido los arquitectos de una sociedad injusta, violenta, carcomida en lo moral y sin una justicia que tome la ley en las manos y la aplique a todos sin excepción. Una sociedad así no puede menos que producir esto que está a la vista.

Hay que imaginarse a la merenguera María Díaz, que despierta con dos delincuentes invadiendo su casa, y colocando a esta valerosa mujer al borde mismo del asesinato.

La delincuencia de otros tiempos era condenable, pero muchos de sus practicantes se detenían y guardaban cierto reparo frente a personalidades como María. A la mamá del senador de Peravia, Wilton Guerrero, acaban de arrancarle los aretes que llevaba aquella dama, que por el solo hecho de tener noventa y un años se hace digna del mayor respeto. Entonces no hay límites ni reparos en el corazón de algunos maleantes.

Cuentan que ahora asaltan a una familia y que los asaltantes ponen una plancha a calentar por si alguien opone resistencia. Dicen que esto viene importado del norte revuelto y brutal como le llamó Martí.

Entonces esto hay que transformarlo y no muy tarde. O nos exponemos a que cuando lleguen los sombreros no haya cabezas.



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