Un relanzamiento inocuo, ¿o anti-nacional?

Un relanzamiento inocuo, ¿o anti-nacional?

Un relanzamiento inocuo, ¿o anti-nacional?

Desde hace días se estuvo hablando en ciertos círculos, y ya la prensa del lunes 7 de julio se encargó de destacarlo, que el Gobierno se propone “relanzar la industria azucarera” mediante la introducción de una nueva variedad de caña, la cual promete una mayor productividad y, por ende, una mayor rentabilidad para los empresarios del rubro.

El anuncio fue formalizado por el propio Presidente de la República en una comunidad del municipio de Guerra ante la Asociación de Productores Agropecuarios de allí, y agrega que próximamente llegará al país un técnico colombiano especialista en la producción de azúcar “Panela”.

Se dijo que el mercado de esa variedad de azúcar es mucho más seguro que el de la tradicional y que su precio es mucho mayor puesto que su poder endulzante es también mayor. Se afirma que la “Panela” es totalmente natural y que sus aportes nutritivos son indiscutiblemente superiores.

Pues bien, en principio se trata de una magnífica noticia por cuanto habla de unos mayores beneficios potenciales que vendrían a compensar, con bastante certidumbre, los riesgos que asumen nuestros empresarios azucareros.

Sin embargo, para que el augurio se perfile como verdaderamente beneficioso, a la promesa de marras debiera agregársele la concesión de unas propiciatorias facilidades para importar o fabricar máquinas sembradoras, cultivadoras, cortadoras y apiladoras de caña, sin las cuales la explotación del rubro quedaría, como siempre, en unas manos que, según se ha visto, no son las mejores para el país.

Desde mi ya lejana juventud, muchos de mis coetáneos y yo venimos convencidos de que, salvo que su cultivo se mecanice debida y suficientemente, la caña de azúcar será siempre un negocio netamente anti-nacional, y las pruebas de ello han ido acumulándose durante más de 40 años al extremo de que hoy tenemos entre nosotros más de un millón de obreros extranjeros que entraron al país justificados por ese cultivo, pero que han ido quedándose y reproduciéndose aquí con todas las consecuencias que ello comporta.

Es pues de importancia capital que el nuevo impulso que se busca en la industria azucarera se efectúe sin perder de vista que, por encima de los intereses y deseos involucrados en el propósito, este país tiene dueños genuinos -el pueblo dominicano- que esperan que se les sepa representar y que se les respete su propiedad la cual es legado “sacrosanto” de sus Padres Fundadores.

De nada serviría duplicar los negocios azucareros si ello se obtiene a cambio de seguir entregándole el país a quienes, apadrinados internacionalmente con fines conocidos, pretenden arrebatarnos la nación, posesionarse de ella como en la primera mitad del siglo XIX, y destruirla tal como ya hicieron con la propia suya.

Dios ha de protegernos y poner sus luces en nuestras cabezas.



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