Un mundo feliz

Un mundo feliz

Miguel Febles

Hombres jóvenes, y mujeres, digamos que de unos 22 a 25 años, hablaban con entusiasmo, discutían. Y yo, que estaba allí, oía sin intervenir.

La diferencia generacional levantaba entre ellos y yo un muro ciclópeo que acaso el del presidente Trump en la frontera de Estados Unidos con México le resulte pequeño. Juego de Tronos, el asunto de su conversación, es una serie de televisión en la que, por lo visto, encuentran satisfacción cerebral, pero de la que estoy al margen.

Los intereses de mi generación cuando teníamos su edad, a mediados de los 80 del siglo pasado, eran ideológicos.

En el lenguaje de mi tiempo, estos jóvenes serían considerados alienados, inutilizados para el mundo de las ideas y la conciencia crítica.

Cuando escribo estas líneas pienso en los intereses de algunos compañeros de estudio en la Autónoma, no en sus intereses de ahora, de los que he perdido el rastro, sino en los de aquellos días, porque las vueltas del mundo nos han separado. Pero cuando teníamos la edad de estos jóvenes que discuten el contenido de Juego de Tronos, nosotros dilucidábamos las ideas de Humberto Eco, las de Camilo Taufic, los Mattelard, Martín Prieto, Abraham Moles. Discutíamos sin descanso.

Algunos de ellos me llegan a la memoria y los escribo aquí sin la intención de encasillarlos, sino como elemento comparativo entre los intereses de aquellos días y la formación de todos: Marino Zapete, Fausto Rosario, Dulce María Fabián, Mozar Daláncer, Omar Liriano… Eran muchos, pero a ninguno de ellos les era extraño el nombre de John Locke, Enmanuel Kant, Antonio Gramsci, Bakunin, o Jean Jacques Rouseau.

Por aquellos días había que dejar de comer para comprar un libro. Recuerdo el día que el profesor Félix Frank Ayuso recomendó Las Formas Ocultas de la Publicidad, de Vance Packard, y terminada la clase nos fuimos a una librería en la calle Juan Sánchez Ramírez, donde pagamos seis pesos que valían para nosotros como si estuvieran impresos en oro.

Había que caminar unas cuantas cuadras desde la universidad a la Biblioteca Nacional, pero allá íbamos tres estudiantes —me gustaba ir a leer pormenores de la Revolución Francesa en una enciclopedia— y sin embargo hoy, cuando es posible acceder a información actual o histórica, melodramática o filosófica, estadística o conceptual con pulsar unas teclas, gente que todavía vive la edad de la primera formación universitaria no lee y en cambio libra ardorosas discusiones sobre Juego de Tronos.

Los oigo y creo que alucino, yo que todavía leo con entusiasmo en La Ciudad de Dios, El Quijote de la Mancha, Los Miserables, Un Mundo Feliz y El Malestar en la Cultura como si lo hiciera por primera vez.

Uno sale por ahí y oye quejas sobre la inseguridad, el costo de la vida, el tapón… pero en el fondo, el de estos días es un mundo feliz. O por lo menos a mí me lo parece.