Un ambiente oscuro, oscuro...

Un ambiente oscuro, oscuro…

Un ambiente oscuro, oscuro…

Roberto Marcallé Abreu

Días atrás, un lector me remitió un correo en el que me comunicaba su amargo sentir por las crecientes dificultades que enfrentamos como país y como ciudadanos.

Citó, al respecto, problemas como los crímenes cada vez más aterradores, el creciente poder del narcotráfico, el desenfrenado costo de la vida, la disfuncionalidad de las instituciones como la Justicia, la reprochable e inconcebible conducta de la dirigencia política y el cada vez más grave problema haitiano…

“Vivimos”, son sus palabras, “un ambiente de confusión y extravío. El país marcha como una nave sometida a poderosos vientos de tormenta, en una mar embravecida, sin rumbo, sin destino, al borde de la zozobra”.

“Si no lo ha leído”, me escribió, “quiero que lea o relea la obra ‘Los responsables’, de Víctor Medina Benet”. Amigo como soy de los libros, me apuré a adquirir el texto.

Es aleccionador repasar algunos párrafos:

“Cuando toca mencionar a las personas por sus nombres, nuestro índice tiene inevitablemente que señalar al presidente Horacio Vásquez como el primer responsable del fracaso de la Tercera República. Como el culpable de la era negra que le tocó vivir al pueblo dominicano a partir de 1930”, nos dice.

Y añade: “Horacio tuvo en sus manos el privilegio, la oportunidad única y la responsabilidad de encauzar en el año 1924 un gobierno democrático, sano y honesto. Más aún, (pudo) señalar a las generaciones que le sucedieran, con su ejemplo vivo, la ruta honrosa de una estricta adhesión a los principios genuinamente constitucionales como demostración de la capacidad dominicana para regir sus propios destinos.

“Diríase que la historia lo escogió como culminación a su agitada carrera de hombre público y de hombre de armas, para cerrar un pasado de violencia, desasosiego, guerra, destrucción, y caos tanto en el orden político como en el económico y social y abrir un presente de paz y trabajo.

“Por el contrario, la historia ha tenido que recoger entre sus páginas un final diametralmente opuesto a lo que la esplendorosa iniciación de su gobierno en 1924 auguraba. Hoy, que yo sepa, no existe en todo el territorio nacional un solo monumento a su memoria.

El pueblo que lo amaba, no quiere recordarlo. No lo ha perdonado todavía”.

Cuando se evalúa nuestro muy oscuro presente, una sociedad en franca descomposición, crímenes cada vez más estremecedores y preocupantes, predominio de los intereses particulares sobre los nacionales, el enriquecimiento ilícito y la impunidad, la presencia masiva de los enemigos tradicionales de nuestra nacionalidad estimulada desde el poder político y de grupos económicamente muy poderosos, una indiferencia absoluta y silenciosa, casi desdeñosa ante tantos males, perversidades y desaciertos que nos golpean en pleno rostro, entonces uno piensa en 1930.

Y, peor aún, en lo que sobrevino después.



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