Torquemada y los fanáticos de hoy

Torquemada y los fanáticos de hoy

Torquemada y los fanáticos de hoy

El domingo pasado me deleité escuchando a mi adorada Laura Lucía mientras hacía una comparación entre el fanatismo religioso, el deportivo y el político (de izquierda o de derecha).

Y no es porque se trate de mi hija, pero su razonamiento me pareció tan sencillo como contundente, como suelen ser las grandes verdades: todo fanatismo es malo, y ciega a quien cae en sus redes, ya que le impide escuchar, en calma, las ideas del otro, y ni hablar de concederle la razón al “contrario”.

El fanático se caracteriza por creer ciegamente en las bondades de su grupo, iglesia o equipo. En contraposición, jamás ve nada positivo en quienes le contradicen.

Después de aquella conversación con mi hija, me vino a la memoria el tristemente célebre Tomás de Torquemada, el prebístero dominico (1420 – 1498), confesor de la reina Isabel la Católica y primer inquisidor general.

Tras su nombramiento en el cargo, Torquemada inició el mayor período de persecución a judeoconversos, entre 1480 y 1530.

Tal como suele ocurrir con casi todo renegado, tránsfuga o desclasado, que siente la necesidad de ser más “papista” que el papa, Torquemada fue particularmente cruel y tenaz con los judíos conversos, a pesar de ser descendiente de estos.

En su primer “acto de fe”, el 6 de febrero de 1481 en Sevilla, fueron quemados vivos seis detenidos acusados de judeoconversos.

El resto de la historia es más o menos conocida, a la Santa Inquisición dirigida por Torquemada se le atribuyen entre dos mil y diez mil víctimas, la mayoría condenada a ser quemados vivos.

Su poder aumentaba a medida que iba matando gente con el apoyo de la reina Isabel y de la santa Iglesia.

Paralelamente a los crímenes de los inquisidores también crecía la riqueza de Torquemada, y aunque algunos dicen que era piadoso y austero, “vivía en lujosos palacios atendido por numerosos criados, viajaba protegido por un séquito de cincuenta caballeros y doscientos cincuenta infantes, y acumuló una gran fortuna, procedente en parte de bienes confiscados a los herejes perseguidos, que gastó en ampliar el monasterio de Santa Cruz de Segovia y en erigir en Ávila el magnífico monasterio de santo Tomás de Aquino”.

Hoy, su nombre es sinónimo de crueldad y fanatismo al servicio del catolicismo. Hubo quien lo llamó: “el martillo de los herejes, el relámpago de España, el protector de su país, el honor de su orden”.

Como otros inquisidores en otras partes de Europa, en su lucha contra la propagación de las herejías, Torquemada promovió la quema de literatura no católica, en particular bibliotecas judías y árabes.

Más de 500 años después, el implacable prebístero de la orden dominicana (por cierto, nuestro gentilicio viene de ahí: dominicus –que significa “perros del Señor) sigue siendo el inquisidor más celoso y emblemático.

Pero dejemos por ahora a Torquemada, y volvamos a Laura y al país, y pensemos cuán insensatos e irracionales nos volvemos cuando caemos en el fanatismo y nos negamos a reconocer los méritos y ciertas verdades de quienes piensan diferente a nosotros, o cuando desconocemos las razones y el derecho de quienes protestan o apuestan por un mejor país.

Tristemente, en nuestras instituciones aun quedan muchos Torquemada, que se aguantan un poco porque no pueden hacer otra cosa.

Olvidan el dicho que con sobrada razón reza: “amor no quita conocimiento”.



German Marte

Editor www.eldia.com.do

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