Tinieblas y frustración

Tinieblas y frustración

Tinieblas y frustración

Roberto Marcallé Abreu

Resulta desconcertante y en realidad amarga esta lectura cotidiana de las que una vez fueron calificadas como “buenas nuevas” y ahora casi siempre resultan en “malas nuevas”. Hay quienes han renunciado a este hábito (leer, ver, escuchar noticias) y cuando se les cuestiona este inaceptable juego del avestruz te responden que “es la mejor opción para continuar viviendo”.

Y es que resulta complicado despertarse cada mañana con el rostro de Carla Massiel en la mente y pensar en un sistema jurídico sordo y ciego.

¿A cuántos niños les ha ocurrido lo mismo? ¿Cuántos otros serán crucificados? ¿Cuántos asesinatos horrorosos nos falta por presenciar?

Observaba por la televisión un desalojo donde infelices de solemnidad eran apaleados y apresados. Centré mi atención en una mujer joven y vociferante que se enfrentó con policías y guardias con las caras cubiertas. La muchacha, por su agresiva rebeldía, recibió sobrados maltratos.

Nadie puede estar de acuerdo con las ocupaciones ilegales de terrenos a veces, no siempre, propiedad de terceros. Sí, pero ¿por qué antes de proceder no se escucha a quienes han invertido sus magros ahorros en levantar una casita que, en segundos, es destruida por un colosal equipo mecánico?

¿No era posible la presencia previa de una autoridad que hiciera las indagatorias de lugar? La respuesta no puede ser, solo, golpes y prisión. ¿Cuántos de los ocupantes no han sido sorprendidos en su buena fe y terminan por perderlo todo?

El ciudadano vive agobiado por demasiadas perversidades. Nadie ignora que el crecimiento de la economía no ha favorecido a la clase media y muy poco a las clases más desposeídas.

El costo de la vida sube de manera incesante e indetenible. Para la mayoría de los pudientes y las autoridades, hablar de reajustar sueldos y salarios es un insulto. La vida, no obstante, se está haciendo, cada vez, más difícil e insoportable.

Y está la delincuencia, la inseguridad, esa espantosa acechanza las 24 horas del día del crimen, de la agresión inesperada, del robo a mansalva a punta de pistola.

Las noticias de la cotidianidad son un catálogo de horror: muertes, asesinatos, atracos, alzas de precios, conflictos, engaños, abusos.

Y algo peor: nuestro carácter, ante esta embestida brutal, ha cambiado para mal. No somos lo que éramos. Mirar hacia atrás es tropezar con lo irrecuperable.

Los valores se han ido por el sumidero. El sentido de humanidad, de piedad, de compasión, de solidaridad, se ha transformado en una fantasmagoría.

El amor, el respeto, la amistad, el verdadero reconocimiento… todo se ha vuelto pálido o gris. El dinero es el dios de todas las cosas.

El cinismo, la mentira, la ambivalencia, es la moneda prevaleciente. ¿Dónde nos encontramos? ¿Aún podría ser mayor la maldad que nos aguarda? Las tinieblas parecen ensombrecer totalmente la limitada claridad de la que disfrutamos alguna vez.



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