Tenemos que desambiguarnos

Tenemos que desambiguarnos

Tenemos que desambiguarnos

Los dominicanos nos estamos volviendo especialistas en una suerte de Teoría de la Contrariedad. Tenemos constitución, leyes y reglamentos susceptibles de tres y hasta de cuatro lecturas diferentes.

Vivimos la incertidumbre que ello envuelve y, pese a ello, nos mostramos muy confiados en nuestros jueces, fiscales, legisladores y abogados.

La reelección presidencial de mayo/2016, por ejemplo, se hizo en virtud de una reforma constitucional que eliminó la prohibición que regía el día 16 de agosto/2012 y bajo la cual el gobernante que accediera ese día al poder había jurado gobernar.

Quizás la forma de la reforma puede ser objeto de indulgencia, pero su fondo debió regir solamente a partir de la fecha de su aprobación, vale decir, solo debió valer para los presidentes que surgieran en períodos posteriores al cuatrienio 2012 / 2016. Y no debió ser aplicable jamás al presidente que el 16 de agosto/2012 juró respetar y hacer respetar el art. 124 de la Constitución de entonces.

En líneas generales, la constitución, las leyes y todas sus reformas deben regir solo para el porvenir, nunca hacia ni desde el pasado pues en este caso se estaría anulando el principio de irretroactividad que nos aconsejara Juan Pablo Duarte en sus Apuntes y Notas para la Constitución dominicana.

Pero nuestras patéticas y crónicas majaderías están llevando a propios y extraños a pensar que cuando una norma dominicana consagra que dos y dos son cuatro debiera agregar, aunque pareciese innecesario, que no son cinco ni tres ni ningún otro resultado que no sea cuatro, y que, por tanto, no habrá posibilidad de una interpretación distinta al respecto.

Así de neciamente taxativas debieran volverse nuestras normas en aras del respeto a la inteligencia ajena. ¡Si, por Dios, para evitar nuevas sorpresas!!!

Creo saber de dónde proviene tan impúdica lubricidad del pensamiento criollo, pero yo no soy quien para enfrentarla.

Mientras tanto, conozco, eso sí, normativistas a los que les gusta crear normas y reglas adrede descuidadas, defectuosas por omisión o por comisión, quienes, para justificarse, les he oído alegar, con todo descaro, que “los abogados tenemos que encontrar de qué vivir”, como si esa noble profesión necesitara de semejante bajeza para servir y ser productiva. Por suerte, dichos normativistas son solo dos o tres.

Pero rinden como si fueran muchos!!! En sus manos y en sus mentes inmorales suele estar la redacción de nuestras reglas. ¡Qué pena!!!
Que Dios nos proteja.



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