Temo de los que abominan de la política, pero…

Temo de los que abominan de la política, pero…

Temo de los que abominan de la política, pero…

En esencia, la política, más que una profesión, en lo ideal se constituye en formas de hacer cosas, de vivir y de servir generosamente a los demás, sin otra recompensa que la satisfacción del deber cumplido, como en una ocasión afirmó el ideólogo de la independencia cubana, José Martí.

Lo anterior significa que en el trajinar de la vida, todo ser humano es político, lo quiera o no o carezca del conocimiento necesario para comprender esa realidad. Mucho más que el ejercicio del derecho al voto en los momentos en que son convocadas las asambleas electorales, cada decisión de relevancia en nuestra vida personal representa una acción política.

Frecuentemente escuchamos decir o leemos a muchos abominar de la política, es decir, que la rechazan o la aborrecen, pero que en la práctica son ejercicios de hipocresía, porque se benefician de esa actividad, directa o indirectamente. Algunos de esos que se han servido por años, llegan hasta expresar alergia de tan noble disciplina.

Esto nos conduce a reflexionar acerca del planteamiento de Baruch Espinoza, uno de los filósofos europeos más prominentes del siglo XVII, cuando expresó: “El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable…”.
Naturalmente, históricamente en la República Dominicana y de todo el mundo, no pocos se han enriquecido ilegítimamente con fondos del erario.

Pero el problema no está en la política propiamente dicho; radica en la irresponsabilidad de los políticos profesionales que deshonran la actividad con ese tipo de práctica, una pequeña élite que la tiene secuestrada debido a que representa su modus vivendi. Así ha sido desde el nacimiento de la polis o Estados de la antigüedad, organizados en ciudades.

La política, a la que nuestro Juan Pablo Duarte denominó la disciplina más pura después de la filosofía, no es para ser ejercida por corruptos e hipócritas.

En lo espiritual, la Biblia recoge las palabras de Jesús al afirmar que “no he venido a ser servido, sino a servir”; mientras que en lo terrenal se destacan las palabras de Juan Bosch: “Quien no vive para servir, no tiene razón de vivir”.

Entre los hipócritas de la política dominicana, los hay quienes conocen o cuentan con alguna referencia del pensamiento del filósofo Aristóteles, quien perfiló al ser humano como “zoon politikón”, asumiéndolo un animal político por la dimensión social y política, capaz de establecer interacción racional y asentamientos.

De acuerdo a este filósofo de la Antigua Grecia, “el ser humano es una única sustancia compuesta de alma y cuerpo que se relacionan como forma y materia, y, por tanto, como acto y potencia; el alma es, pues, el principio que anima al cuerpo”.

El éxito en la actividad política radica en la capacidad de los actores enfrascados en la lucha por el control de las estructuras de poder para convencer y persuadir al mayor número posible de ciudadanos de una sociedad determinada, quienes, en democracia, son los que imponen la voluntad popular.

La complejidad de la política provoca, sin embargo, que esta tarea sea más difícil de lo que aparenta, por lo que requiere que se actúe con la debida honestidad, sobre todo porque no constituye un delito incursionar en la misma.

Por eso, temo de aquellos que abominan de la política, pero que llevan muchos años, parafraseando la canción “Casas de cartón”, de Los Guaraguaos, aprovechándose de beneficios derivados de esa actividad, sea de manera directa o indirectamente, de la misma manera en que el “patrón muerde al obrero”.



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