El pueblo de México está viviendo un drama humano y social sin precedentes en su historia republicana de las últimas cuatro décadas, sacudido por protestas ante la desaparición y probable muerte de 43 estudiantes normalistas.

Se trata de un acontecimiento que ha traspasado las fronteras. En República Dominicana, como en el resto de los países que conforman la región de Latinoamérica, estamos esperando el desenlace de esta situación.

Nunca como ahora los pueblos están tomados de la mano. Oran, claman y se solidarizan. Hay una cadena de expectativa y esperanza que traspasa las fronteras y los mares.

La sociedad mexicana, en la carne de estos estudiantes, muchos de ellos no pasan de los 23 años, se ve retratada. Una sociedad que es víctima de la violenta lucha que se libra en el país contra el crimen organizado.

Una sociedad que entró en una peligrosa crisis social y que puede ser un espejo para nosotros. Un espejo para tomar las acciones preventivas necesarias para que no nos arropen males mayores. Todavía podemos.

Llegó la hora, sin excusas de ningún tipo, para controlar la descomposición y la criminalidad en el nivel que se encuentra.