Sociedad de la lisonja relativista

En el reciente viaje que hice a la República Popular China estuve ante un acontecimiento aleccionador cuando acudí a cenar a un restaurante de Beijing, donde, una vez degustados los alimentos y realizado el pago de la cuenta, dejé, como es costumbre en occidente, unos cuantos yuanes de propina; lo cual disgustó grandemente a la joven que me atendía debido a mi insistencia de que aceptara los renminbis.

Luego me enteraría de que en la cultura china recibir propinas es algo ofensivo, en vista de que ellos asumen su paga laboral como único saldo por los servicios prestados.

Aunque muchos podrían considerarlo un hecho insignificante, ha dejado en mí una profunda reflexión, porque este tipo de comportamiento contrasta con el proceder de la sociedad dominicana y sería el antídoto contra prácticas recurrentes, como la lisonja innecesaria, la búsqueda del chequecito, la adulonería y la del relativismo, que procuran acomodar las cosas a lo que nos conviene en términos individuales.

En diversos escenarios de la cotidianidad de la vida local, observamos a personas que carecen del mínimo sentido ético y tratan de tergiversar la verdad de los hechos, simplemente porque desde esferas de poder, públicas o privadas, esas acciones les generarían favores o prebendas.

Y en vista de que aquí se le busca un motivo a todo, cualquier coincidencia del contenido de este artículo no guarda relación alguna con una eventual realidad, reciente o lejana.

Sencillamente me adhiero a lo que en algún momento de reflexión de la vida el escritor ruso Fiódor Dostoyevski dijo: “El mejor hombre de todos es aquel que no se ha inclinado nunca ante la tentación material, que día tras día busca el trabajo por Dios, que ama la verdad y, cuando sale ella al camino, se levanta para servirla, y deja por ella su casa y su familia e incluso está dispuesto a sacrificar su vida”.

Nadie impide que un individuo se beneficie del poder político o empresarial en base a su trabajo, pero lo que sí resulta cuestionable es que lo haga a cualquier precio y en contra de la verdad. Al final, esta se impondrá libremente sobre las tinieblas que adornan la mentira.

El poeta Horacio narra en una de sus odas un episodio acerca de Damocles, quien era uno de los cortesanos aduladores de Dionisio de Siracusa, llamado el Tirano, que vivió en el siglo IV antes de Cristo. Debido a que este personaje pasaba el día alabando la felicidad del monarca, este, para persuadirle de que no era tal, le invitó a asistir a un banquete en el que fue obsequiado como un príncipe.

Luego, en lo mejor de la fiesta, levantó los ojos Damocles y vio que del techo colgaba una espada desnuda, sostenida solamente por una crin de caballo. Horrorizado del peligro en el que se encontraba, pidió permiso para reterarse, pero no lo hizo sin reconocer que la existencia de Dionisio no era tan feliz como él pensaba.

Los valores positivos están ante nosotros, pero ellos sin acción práctica se traducen en inexistentes. Si queremos predicar desde los medios de comunicación o cualquier otro escenario socializador de mensajes la construcción de un país diferente, más equilibrado, justo, responsable, innovador y un futuro más alentador y competitivo, entonces es el momento de reflexionar y tomar en cuenta el significado de los valores más trascendentales para nuestra vida y de la sociedad.