Sin razón poética

Sin razón poética

Sin razón poética

José Mármol

Porque es sin por qué, la poesía, arrinconada ahora por la fluidez de la modernidad líquida y el consumismo neuronal, parece condenada a ser lo que nunca será: un lamentable fósil de la civilización.

Poesía, en tiempos de insolidaridad, celeridad digital, xenofobia, nacionalismos racistas, fundamentalismos, pobreza, violencia de género y etnias, crisis de la verdad, pérdida de vínculos humanos e individualismo nocivo; poesía, digo, tiene que ser ahora sinónimo de resistencia y clamor por justicia.

No poesía como instrumento. Poesía como lenguaje libre y liberador. Poesía como fundamento del ser desencadenado de la dictadura de las finalidades (teológicas o teleológicas).

Poesía transformadora del humano y del mundo inventado por los humanos, desde su propia constitución simbólica, su esencia lingüística, su deleite estético y su misión ética: la comunión con el otro.

La poesía como puente de amor, contra los muros y fronteras de odio, arrogancia y cerrazón.

Poesía es hoy, como palabra, un profundo y elevado llamado a la solidaridad global. Respeto entre los humanos, sus etnias, aspiraciones y manifestaciones científicas, fideístas, artísticas y culturales. Compromiso del ser con la naturaleza animada e inanimada.

Solidaridad del individuo con los demás, para que rompa con la ominosa autoexplotación del rendimiento laboral, la eficacia y productividad tecnológicas para el engordamiento del capital y de la depresión narcisista engendrada por el aislamiento digital y la mudez de la soledad virtual apantallada.

La poesía como manifiesto de autoliberación del sujeto posmoderno, como transgresión y superación de los terribles daños colaterales e inocultables injusticias de la globalización mercantilista y deshumanizada.

Que la poesía puede transformar y hacer superior el espíritu en la historia y la cultura, para la construcción de un mejor mundo, es una apuesta de imbatible probabilidad. Poesía es ahora, como lo ha sido siempre, un radical llamado a resistir.

Abrumado por una profunda amargura, Auden adujo, frente a un mundo en guerra y camino a la autodestrucción, que la poesía no hace que ocurra nada.

Antes, Wilde sostuvo que la literatura no es otra cosa que el arte de la utilidad de lo inútil. Si hacemos de la realidad como oposición al sujeto o la subjetividad un acicate silogístico, la poesía queda atrapada en un mar de incertidumbres.

Pero si, recuperando la aspiración aristotélica del conocimiento como fin en sí mismo -eso sí, conocimiento como un saber y no como una información o un dato-; si, transgrediendo los diques de contención que sitúa la eficacia, la performatividad como conquista de la producción y consumo de bienes, que Lyotard vio en la imposición de la técnica y su lógica expansiva sobre el saber lúdico, disruptivo y orientado al bien como finalidad ulterior, previendo a su vez en ello una potencial derrota de las humanidades en el ámbito de la modernidad; si admitimos, de una vez por todas, que la poesía es una forma de saber y un saber que genera relaciones de poder, entonces, más allá de cualquier dualismo (objeto-sujeto, naturaleza-cultura, medio-fin, paraíso-infierno, adentro-afuera) la poesía misma habrá de ser asumida como acto simbólico, conceptual y vivencial de fractura de los criterios convencionales; como mecanismo liberador, de disensión y de parto de nuevas ideas, inéditos giros idiomáticos, nuevos e insospechados paradigmas estéticos; como un acontecimiento de emancipación de la cadena opresora atada a la relación conocimiento-técnica-dinero-poder.

Nos habremos liberado así del pesaroso designio de la aplicación práctica a que nos someten, constantemente, la alienación productiva, el consumismo emocional y la acrítica pasión por lo acumulativo y aditivo, en vez de lo deleitante y vital. Poesía es lenguaje, pensamiento y libertad; saber que engendra espíritu creativo y responsabilidad.



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