Sin igualdad no hay libertad

Sin igualdad no hay libertad

Sin igualdad no hay libertad

Altagracia Suriel

Siguiendo la reflexión sobre el ideario de Duarte y los principios de la democracia ilustrada es oportuno recordar que sin igualdad no hay libertad, como afirmaba Rousseau.

Para el citado autor, “el hombre ha nacido libre, pero por doquier se halla encadenado”.

Esta frase expresa la tendencia antinómica que se expresa en la naturaleza de la democracia en un contexto regional de desigualdad.

Nada más cierto que esa expresión roussoniana de que aunque nacemos libres, estamos encadenados.

Sí, estamos encadenados a la cultura, a la religión fundamentalista, al sistema educativo que nos amolda al capitalismo y a la competencia. Somos esclavos del mercado, del consumismo, del materialismo; y ahora, de la adicción a las redes sociales y al mundo virtual que se superpone al mundo real.

En América Latina, aunque formalmente somos libres, somos presos de la desigualdad y la inequidad, pese a que los principios de la democracia formal establecen entre los ciudadanos una igualdad tal que todos se comprometen bajo las mismas condiciones, y todos deben gozar de los mismos derechos.

Todavía seguimos viviendo en sociedades basadas en privilegios, donde según Cepal 175 millones de pobres e indigentes no tienen libertad para nada y uno de cada tres latinoamericanos está en riesgo de caer en la pobreza; y por lo tanto, en la desesperanza y la vulnerabilidad.

Aunque los latinoamericanos votemos, transitemos libremente por las calles, nos expresemos con megáfonos y altavoces y opinemos sin cesar en las redes sociales, no seremos libres mientras ser pobre, niño, niña, joven, adolescente o anciano se considere una desgracia o una maldición.

Mientras los derechos sean una quimera o una musaraña en sancos, porque formalmente se tiene derecho a todo, pero en la práctica un pobre tiene acceso a nada.

Necesitamos construir la igualdad y la libertad concretándolas en viviendas, alimentos, educación, salud y resiliencia porque, como dice Rousseau, “renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombre, al derecho de la humanidad, incluso a sus deberes”.

Sí, la libertad es un valor irrenunciable, pero es la libertad de todos, no la de unos pocos.



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