“Señor, mis hijos tienen hambre, y yo también”

“Señor, mis hijos tienen hambre, y yo también”

“Señor, mis hijos tienen hambre, y yo también”

Eran las 4:20 minutos de la tarde. Hombre joven. Guardián nocturno en una ferretería. Tiene cinco hijos, gana 3 mil 500 pesos quincenales, siete mil mensuales, justo la suma que tiene que pagar por alquiler de una casa.

Duerme un rato durante el día, y luego, con una galleta y un chocolate de agua como desayuno, sale a ofrecer su servicio de jardinero o limpiar solares, pero no siempre tiene suerte.

En su cara podía leer las palabras: hambre, vergüenza, humillación. Pero su esposa y sus hijos lo esperaban tan hambrientos como él, por lo que no vaciló un instante para decirme: “Señor, tengo hambre, y mis hijos también”.

Aunque su caso me partió el alma en mil pedazos, el país está lleno de hombres y mujeres como él que prefieren pasar hambre antes de salir a vender drogas, robar o asesinar.

Pero dice un viejo refrán: “El hambre es mala consejera”.

La mayoría de los dominicanos no están trabajando, y los que trabajan ganan sueldos miserables, pero aún así, los empresarios se niegan a concederles un justo aumento si a cambio no se les permite cercenar los pocos derechos que les quedan todavía.

El noventa y nueve por ciento de los sindicatos fueron destruidos, aniquilados. Pero los empresarios no están conformes, lo quieren todo, a cambio de nada.

Los políticos y funcionarios corruptos también son responsables del hambre, la miseria y la falta de oportunidades para los dominicanos que necesitan de un trabajo estable y justamente remunerado para cubrir sus más perentorias necesidades sin tener que delinquir.

Ese dinero hurtado al pueblo debió de haber sido invertido en una verdadera reforma agraria, en la construcción de caminos vecinales, conservación de nuestros recursos naturales, construcción de presas, represas y acueductos para proporcionarle agua potable al pueblo, resolver definitivamente el pésimo sistema eléctrico, en atenciones médicas de óptima calidad para los pacientes que diariamente acuden a nuestros hospitales, y en educación, con maestros y profesores altamente calificados.

Ojalá que los políticos corruptos y los empresarios intransigentes comprendan que si no cubren de esperanza los caminos de los desempleados y hacen justicia con los trabajadores que devengan salarios paupérrimos, un día, los hombres serios que imploran diciendo “Señor, mis hijos tienen hambre, y yo también”, se cansen de esperar y procuren en la calle de manera violenta, un derecho que de manera provocativa, indolente y cruel ustedes persisten en negarles.

Dominicano: con toda fe muerta, que no muera tu fe, porque algún día, algún día, esto tiene que cambiar.



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