Los medios de comunicación están saturados de Donald Trump, presidente electo de los EE. UU., y con razón, ya que el fenómeno electoral de esa nación, dividida como nadie imaginaba, ha dado el triunfo a una persona de un ego enorme, sin preparación de Estado ni experiencia alguna en el manejo de la cosa pública.

Trump ha vencido todos los vaticinios, capturando el poder de la nación más influyente del planeta, con repercusiones para nuestro país.

Jarto estamos de sus declaraciones proteccionistas, apelando a sentimientos populistas de sus conciudadanos menos educados, proclamando el fin de los acuerdos de libre comercio, creyente en hacer más difícil la importación de bienes y servicios que amenacen el empleo norteamericano.

En sentido inverso, propugna por la aplicación de incentivo a las exportaciones, políticas que podrían representar amenazas para la economía dominicana y contribuir a las confrontaciones globales.

Si creemos que se podrá renegociar el acuerdo de libre comercio CAFTA para proteger nuestros agricultores, recuerden que el lado inverso de la moneda seria cerrar las exenciones fiscales que han permitido el desarrollo y expansión de las zonas francas en el país.

Sus pronunciamientos migratorios también son bien conocidos, amenazando deportaciones masivas de indocumentados, y cerrando fronteras para la llegada de inmigrantes.

En este caso habrá consistencia con las aspiraciones de muchos dominicanos en cuanto al control de sus fronteras, aunque estas políticas conllevan la negación de derechos humanos fundamentales.

Lo cierto es que el triunfo de Trump trae consigo tantas estrías desconocidas que por mucho tiempo estaremos saturados de Trump hasta tanto comience realmente su mandato y podamos conocer qué eligió el pueblo norteamericano: un empresario actor con suerte, metido a político, o un presidente que será preso del “establishment” del partido Republicano de ese país.