“Salió carito, pero ya resolvimos”

“Salió carito, pero ya resolvimos”

“Salió carito, pero ya resolvimos”

Luis García

“Salió carito, pero ya resolvimos”, escuché decir a uno de esos abogados con fama y capacidad para el “lobbismo” judicial, mientras sus tres acompañantes levantaban las copas en cuyo interior reposaba un contenido nada parecido al vino que se utiliza, en ocasiones, en hogares de clase media para condimentar las carnes.

Aunque lo hubiese querido, no hubiera podido dejar de enterarme de la razón de la conversación, una porque el dios Baco había provocado estragos en el sistema límbico de los comensales y, la otra, debido a la cercanía de la mesa en la que estaba sentado.

Mi presencia en el lugar fue de menos de una hora, pero tiempo suficiente para conocer, por adelantado, una sentencia judicial que se produciría relativa a un sonado caso.

Aguardé hasta que en la siguiente semana se pronunció la sentencia en un tribunal colegiado, siendo la decisión, coincidencia o no, exactamente en la dirección de la conversación que había escuchado, sin que tuviera la intención de fisgonearla.

¡Qué pena! Desde entonces, confieso que he tenido un sentimiento de agobio en mi alma, una especie de pesadumbre interior que no sé cómo resolver para mi tranquilidad de espíritu.

En una sociedad en la que la justicia sea eso, es decir, donde decisiones judiciales estén a la venta, las futuras generaciones tendrán un futuro incierto.
Posteriormente conversé con varios abogados acerca del referido tema, y prácticamente se burlaron en mi propia cara, pero reconocieron que no todos los jueces sucumben ante la tentación del dinero.

Me apena mucho por el presidente de la Suprema Corte de Justicia y del Poder Judicial, Mariano Germán Mejía, un hombre honesto a carta cabal, pero que cuando sea sustituido por el Consejo Nacional de la Magistratura, lamentablemente, no podrá proclamar que deja una judicatura pulcra, como es la aspiración de la parte más sana de la sociedad. Solo le quedará de consuelo el afirmar que hizo el esfuerzo.

La reforma constitucional de 1994, en la cual se creó el Consejo Nacional de la Magistratura, el establecimiento del principio de la inamovilidad judicial, el inicio del sistema de Carrera Judicial, así como la profesionalización de los jueces; llenó de ilusión a la sociedad dominicana porque se pensó que marcaba las bases para una primera ola de reformas judiciales encaminadas a lograr la independencia funcional y orgánica del Poder Judicial y una mejor administración de justicia.

Lamentablemente no ha sido así y lo peor es que las esperanzas de materializar ese anhelo se van desvaneciendo con el paso del tiempo.

Aparecen jueces que por robos famélicos, como un pica pollo o un salami, mandan a los implicados a guardar prisión, pero esa firme disposición no se aprecia siempre ante determinados casos de corrupción o del crimen organizado. La razón parece estar en que lo que reza el refrán de aquello por lo que “baila el mono”.

Sin duda, se requiere de reformas judiciales, pero creo que no bastaría con eso; se requiere avanzar en la construcción de una administración judicial que no se aparte de los valores éticos y morales.

Los jueces, por su función relevante en la sociedad, deberían tener siempre presente la afirmación del novelista, dramaturgo y filósofo francés Albert Camus: “Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”.



Etiquetas