Retrato de zona en la frontera donde se vive de la nada

 Retrato de zona en la frontera donde se vive de la nada

 Retrato de zona en la frontera donde se vive de la nada

Pedro Santana.-El río Artibonito discurre en su cauce rápido de limpias aguas desaprovechadas en casi su totalidad,  bajo la mirada de más de una veintena de haitianos, de diferentes edades, cuyas miradas perdidas esperan de algún milagro que posibilite mitigar el hambre de un presente que se les hace eterno.

Esa realidad se simboliza en la lucha permanente por la sobrevivencia que caracteriza el día a día en esta parte de la frontera sur que divide  a  República Dominicana y Haití.

 Del lado dominicano, Munuel Pérez y su hijo  Juan, con botas de goma y ropas maltratadas por las altas temperaturas, bajan, a paso lento, del conuco; un pequeño predio de diez tareas asignado a su abuelo durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, ubicado en una empinada colina,  y del cual no obtienen ni siquiera para alimentarse mínimamente. Ambos  son iletrados, carecen de acta  de nacimiento y jamás han hablado por teléfono con nadie.

 A poca distancia, en la polvorienta Carretera Internacional, se aglomera cerca de un centenar de habitantes de la tierra de Toussaint Louverture, no por curiosidad del acto de inauguración de un vivero forestal en la parte dominicana; sino atraídos por el manjar que observaban a menos de cien metros.

Algunos niños y adolescentes lograron pasar el cerco militar y colocarse en la fila de acceso a una mesa donde estaban los alimentos del banquete.

 Una vez degustados los quipes, pastelitos, panes y jugos naturales, en menos de un minuto ya estaban de vuelta a territorio haitiano, donde la referida vía marca la línea divisoria fijada mediante el Tratado Domínico-Haitiano del 21 de enero de 1929, y ratificada con el Protocolo de Revisión de marzo de 1936, suscrito por los presidentes de entonces, Rafael Leonidas Trujillo Molina y StenioVicent.

 A lo largo  la Carretera Internacional, situada entre los municipios Pedro Santana, de la provincia Elías Piña, por el sur, y Restauración, de Dajabón, en el norte, resulta muy poco transitada. Pasan horas sin que circule un vehículo de motor, por lo que cuando eso sucede  muchos haitianos  aprovechan la lentitud conque  debe moverse para pedir a sus ocupantes cualquier tipo de alimento o dinero.

 Un sargento del Ejército Nacional adscrito al Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront) tardó alrededor de media hora para hacer comunicación, vía celular, con sus jefes a fin de comunicarles las “novedades” de la inauguración del vivero. Los problemas para el establecimiento de la comunicación obedecen a las interferencias de empresas de telefonía haitianas.

Viviendo de la nada

 El problema de los habitantes de esta parte la Región Fronteriza, dominicanos y haitianos, no es protestar para acceso a servicios básicos de salud, educación, electricidad, agua potable o telefonía, sino de sobrevivencia ante los altos niveles de pobreza y, particularmente, su compañera permanente: el hambre.

 Viven prácticamente de la nada, sólo de una esperanza de mejoría cuya tardanza se ha prolongado por más de un siglo ante miradas indiferentes de gobiernos de la isla. 

Del lado dominicano, la agricultura de subsistencia constituye el principal modo de vida, pero que ha degradado la muy reducida corteza forestal de la zona. Mientras que los haitianos, además de la agricultura artesanal, se colocan en la línea divisoria para ofertar ropas de paca o “pepés” y artesanías, como hárganas, que se utilizan en animales de carga, y sombreros de paja, entre otras mercancías.

 “Amigo, aquí vivimos por la gracias de Dios; la lucha es diaria por no morí”, dijo Alcides, otro agricultor, mientras masticaba una caña, su primer alimento del día, luego del café del amanecer. Eran las 12:20, y tenía apenas ocho debiluchos plátanos que llevaría al rancho, donde les esperaban María, la esposa, y los cuatro hijos.

 Wagner Pierre, un haitiano de su confianza, mostraba preocupación porque la “picᔠestaba floja, y no encontraba qué recoger para cruzar la frontera, al anochecer, y retornar al hogar con “algo en las manos”.

 “Compaí, la lucha es por no morí de la jambre en la frontera”, insistía Alcides. “Ustedes allá no saben cómo es la vida del campo”, agregó, esta vez con las cejas fruncidas y los ojos llorosos”. 

Sin muchas alternativas para el desarrollo

 La mayor preocupación de los   que viven en comunidades poco habitadas de la zona fronteriza comprendida en ambos extremos de la Carretera Internacional, radica en que no se vislumbran iniciativas que puedan paliar la difícil situación de económica y social imperante históricamente.

No les preocupa si existen bornes que delimiten adecuadamente la línea divisoria de los dos países que comparten la isla La Española o si los gobiernos establecen veda de productos.

La preocupación radica en qué alimentos conseguir para no morir de inanición.

 Mientras cada quien lucha  por sobrevivir, los ríos Libón, Artibonito y otros acuíferos discurren en silencio hasta que se concreticen iniciativas para su aprovechen sus aguas y posibiliten la generación de riquezas que mitiguen el hambre de seres humanos que hasta la historia, a veces, les desconoce.



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