República Dominicana y Charlottesville

República Dominicana y Charlottesville

República Dominicana y Charlottesville

Matías Bosch, primer vicepresidente

El pasado fin de semana ocurrió un hecho horripilante en Charlottesville, estado de Virginia, Estados Unidos. El joven James Alex Fields embistió su automóvil contra manifestantes, asesinando a una joven que allí se encontraba.
No, no se trata de otro atentado terrorista como los ocurridos en Europa. El joven Fields es un militante nacionalista, a favor de la supremacía blanca y en contra de los inmigrantes que decidió dar un golpe contundente en contra de quienes se oponen a sus ideas.

El origen de toda la situación está en la decisión de la ciudad de retirar un monumento que para muchos hace homenaje a quienes lucharon en la guerra de secesión defendiendo el derecho de los blancos a esclavizar a los negros africanos, ideología muy afincada en el sur por su historia económica esclavista. Jóvenes y adultos blancos de la ciudad se oponen a que el monumento sea retirado, mientras otros alegan que retirar el monumento es parte de superar el legado cultural del racismo. Con el tiempo, el enfrentamiento se ha crispado hasta llegar a los hechos del sábado pasado. Los que militan en las agrupaciones nacionalistas, además, se han visto animados por las posiciones radicales que desde su campaña electoral ha exacerbado el hoy presidente Donald Trump.

¿En qué se parece lo ocurrido a la situación dominicana?

Pues en mucho. Aunque en República Dominicana hay racismo por motivos de color, no existe una cultura nacional arraigada en el esclavismo, pero sí existe una ideología antihaitiana -el haitiano como enemigo natural del país y como contaminante de las esencias dominicanas- que fue construida por el trujillato para validar la masacre de 1937 y justificar su poder creciente, defendiendo al país de los haitianos y también de los comunistas.

En tiempos recientes, esa ideología ha resucitado con fuerza. Se violaron los derechos humanos de miles de dominicanos desnacionalizados con la sentencia constitucional 168-13, algo que pretendió la derecha francesa en los años 80 con los hijos de argelinos y no prosperó, y que Trump más de una vez ha sugerido que le gustaría hacer con los hijos de inmigrantes.

En 2015 se produjo un linchamiento en Moca y en Santiago mataron y luego colgaron al haitiano Tulile.
Hoy se exige construir un muro fronterizo y hacer deportaciones masivas. En la prensa a menudo se llama a los haitianos “enjambre”, “avalancha”, “invasores”, “animales”.

Pero eso no es todo. Sobre ese nivel de odio que todo lo justifica, se levanta otro piso.

Es el que aparece todos los días en las redes sociales, cuando los líderes del “nacionalismo” local llaman “traidor”, “empleado extranjero”, “facción antinacional”, “vendepatria”, “fusionista”, “prohaitiano” a cualquier dominicano que se oponga a sus criterios.

En consecuencia directa, en redes sociales florecen todos los días los insultos, las agresiones y las amenazas de muerte. Yo mismo le he pedido públicamente a los hermanos Pelegrín y Vinicio Castillo que condenen esos actos atroces, pero se niegan a hacerlo y para ellos es como si no existieran.

Que se sepa: en el discurso del mal llamado nacionalismo dominicano está la semilla de un James Alex Fields nacional, que un día cometa una aberración criminal.

Los líderes de la versión doméstica de Trump y Le Pen deberían detener a tiempo su estímulo al odio y la violencia.



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