Los países desarrollados que concentran el mayor consumo de drogas ilegales han mostrado una gran hipocresía en la llamada “guerra contra el narcotráfico”.
Hasta ahora se observa una fuerte tendencia de implementar políticas de tolerancia en los territorios de esos países, mientras imponen una especie de guerra convencional en los países productores o de tránsito, que casualmente todos son subdesarrollados.
La tolerancia y hasta la legalización del consumo de algunas de esas drogas ha permitido a esos países reducir a su mínima expresión la violencia que genera la ilegalidad.
Han quedado en el pasado los episodios sangrientes que matizaron New York y Miami cuando las fuerzas del orden estadounidenses combatían en las calles a los traficantes internos.
Mientras tanto, son cada vez más frecuentes los casos de grandes capos que son arrestados y extraditados, para que luego gobiernos como el de Estados Unidos negocien con ellos la imposición de penas leves y que preserven gran parte de su fortuna, devolviéndolos a los pocos años al país que los extraditó, pero ya sin problemas judiciales y con sus riquezas “legalizadas”.
También decepcionan actitudes como la de Francia, que acoge a narcotraficantes franceses prófugos de la Justicia dominicana y afirma olímpicamente que no los extraditará, pese a la existencia de un tratado.
Es hora de repensar cómo desde República Dominicana abordaremos la lucha contra el narcotráfico y contra la drogadicción.
