Por jugar con fuego

La recopilación del periódico Hoy titulada “100 Años de Historia”, al reseñar los hechos del 1926 trae una noticia que se parece a algunas cosas de estos tiempos.

“Vásquez intenta prolongar su mandato”, dice el titular. Y comienza: “El presidente Horacio Vásquez dijo estar dispuesto a prolongar su período de gobierno por dos años, como proponen sus seguidores.

Dentro del Partido Nacional crece un movimiento al que se denomina “La Prolongación” que ha dedicado amplios espacios públicos para promover la permanencia del Presidente hasta 1930.

“Los partidarios de Vásquez, aparentemente, lo convencieron de que su gestión ha sido la más exitosa de cuantas ha tenido el país, por lo que habría aceptado la fórmula que ellos concibieron para que se mantenga.

La Constitución vigente establece que el período presidencial es de cuatro años, pero los partidarios del presidente Vásquez alegan que este fue elegido por la Constitución de 1908, que establecía un período de seis años y no por la de 1924, que fija el período en cuatro años”.

La ambición continuista se desbordó y la Constitución volvió a ser el instrumento vapuleado para que el Presidente se quedara. Esa ambición continuista, como siempre ocurre, empezó por dividir al propio partido gobernante. Los dos principales caudillos chocaron.

El vicepresidente Federico Velásquez, con el cual el Partido Nacional de Horacio y los “rabuses” había formado la Alianza Nacional Progresista, rompió políticamente con Vásquez y ese partido se dividió en los hechos.

Termina la información: “Al pronunciarse Vásquez que aceptaría mantenerse en la Presidencia por dos años más, solo haría falta decidir el procedimiento que seguirán para legalizar la Prolongación, ya que la Constitución vigente limita el período presidencial hasta el 1928”.

Horacio y su gente lo lograron. Se quedaron hasta 1930 y no conformes, ese año se lanzaron a buscar la reelección por cuatro años más.

Un presidente agotado, históricamente, físicamente, políticamente, perdido el control del aparato militar. Sobre el hastío de la población, vino Rafael Trujillo y nos lanzó al infierno.

Como con las llamas del infierno no se juega, se quemaron aquellos a los cuales la ambición continuista les impidió ver el fuego y, sobre todo, se quemó el país, que tuvo que pagar la irresponsabilidad de unos pocos con más de treinta y un años de horrorosa tiranía.

La historia no puede corregirse. Cierto. Pero se pueden aprender de sus lecciones.