Poesía y tiempos de mezquindad

Poesía y tiempos de mezquindad

Poesía y tiempos de mezquindad

José Mármol

A José Alcántara Almánzar, con admiración y amistad.

A propósito del Día Mundial de la Poesía, el 21 de marzo último, la periodista Yaniris López, del periódico Listín Diario, me escribió solicitándome una breve opinión acerca de ser poeta en tiempos de mezquindad.

Con esta acción, y a lomos del verso de Hölderlin, ella removió la conciencia poética de autores de varias generaciones en la literatura dominicana contemporánea.

Entre otras ideas que pude haber compartido con ella y sus lectores, le comenté que la poesía, en cuanto que expresión de lenguaje y pensamiento, ya sea oral, gestual o escrito, ha permanecido y ha evolucionado de crisis en crisis; es decir, como la humanidad misma.

En la humanidad, los momentos históricos de esplendor económico, social, científico y cultural suelen resultar de profundos procesos de crisis.

De ahí el relieve que tomó aquella idea de Hegel, en su dialéctica, de la que bebieron luego Marx y Engels, según la cual de una contradicción o de una negación de la negación ha de brotar siempre una síntesis superadora de la contradicción o la negación mismas. ¡He ahí el momento de esplendor!

La poesía fue la primera forma de pensamiento escrito; ese revolucionario fenómeno cultural, que hoy solemos llamar reingeniería del pensamiento, pero que, los griegos presocráticos llamaron mitopoiesis.

Se trata de la filosofía natural que precedió al logocentrismo o predominio de la racionalidad y la argumentación lógica, que tienen lugar con la preeminencia y el legado de Sócrates.

Esta simbiosis de poesía y reflexión, propia de los orígenes del pensamiento occidental, sufrirá importantes fracturas y surgirán, conforme se especializan los saberes, visiones antagónicas del pensamiento y la poesía, del concepto y la imagen, de las ciencias y el arte.

Esta arqueología de saber va desde Baumgarten, pasando por profundos pensadores y estetas desde la Ilustración, el romanticismo, la filosofía vitalista y el materialismo histórico moderno, hasta Ortega y Gasset, María Zambrano, Hugo Mujica o Vicente Cervera Salinas, para citar un par de autores más recientes.

Pero, algo más importante, e independientemente de si la poesía hoy día se lee o no, de si la siguen y memorizan las masas o las élites, de si se le practica un profundo desprecio en las escuelas o si es más popular que la novela o no, es que debemos reconocer que la poesía es la forma más lúcida y más profunda de acercar al ser humano a la verdad; de asumir, con libertad y coraje, las virtudes y las miserias del mundo y la tantas veces asquerosa y repudiable realidad con que el mundo mismo y la humanidad hacen morisquetas de sapiencia.

El poeta, sea en tiempos de esplendor de la justicia y el progreso social o en tiempos de mezquindad y demagogia, última tan de moda en los liderazgos políticos y sociales inflados, como globos, por la publicidad y el interés mercurial coyuntural; el poeta, subrayo, lleva consigo el don de describir y perpetuar las verdades incómodas de la historia de la humanidad.

Tiene, además, la poesía, y de ahí la noción de vate para quien la escribe con seriedad, el poder de premonición, que es de mayor hondura y menos atavismos causales que el poder del vaticinio en la dimensión creativa de la palabra.

Más allá del instinto de muerte imperante en el mundo; más allá del progresivo deterioro que la fluidez de la posmodernidad líquida y consumista, con su entelequia de lo “light” y la banalidad acusan; más allá de la fragilidad que padece el poder de la palabra, diezmada hoy por la palabra del poder, la poesía sobrevivirá.



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