Poder para servir

El ejercicio del poder político es una de las más codiciadas aspiraciones humanas. Obtener u ocupar una función pública puede seducir a la mayoría de los mortales.

Pareciera que el deseo o ansia de poder se lleva en la sangre o en los genes. Por eso, hay artistas, deportistas y empresarios, que, además de tener posición social y poder económico, quieren también poder político.

Con Maquiavelo y Hobbes el concepto de poder político se afianzó como fuerza, sometimiento, obediencia y sujeción. Los totalitarismos, tanto de izquierda como de derecha, consolidaron el uso del poder como propaganda, manipulación y culto a la personalidad.

En esos sistemas totalitarios que aun persisten en algunos países, además de la aplicación del régimen del terror en la relación con la población; el protocolo de reyes, el aparataje, la suntuosidad y la extravagancia se convirtieron en los símbolos por excelencia del poder político frente a una población empobrecida y postrada por el miedo y la humillación.

El liberalismo se enfocó en el poder como legitimidad y contrato social, sobre todo para la defensa de la propiedad privada como expresión del individualismo y la protección de las libertades. Con la democracia presenciamos el advenimiento del poder como control expresado en la máxima que reza: “Solo el poder controla el poder”.

En la historia política, el afán de dominio adormeció el legado griego del poder como servicio ciudadano y sacrificio que permitía materializar el bien común, mejorar a los ciudadanos y buscar su felicidad a través del bienestar y el ejercicio de las virtudes. Esa concepción de servicio es la esencia del poder.

El poder no es botín, piñata o herencia. Literalmente el poder es servir. Servir para resolver problemas. Servir para hacer funcionar las instituciones. Servir para que se acabe la pobreza. Servir para prevenir la corrupción. Servir a la gente y mejorarla.

Servir al pueblo construyendo ciudadanos que también amen y sirvan a la sociedad. El poder que sirve eleva y deja huellas.

El que quiera poder, que sirva. Como dijo Jesús: “El que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor” (Mateo, 20:26).