Pinocha

Pinocha

Pinocha

Vladimir Tatis Pérez

Al cumplir Pinocho sus quince años, Geppetto decidió regalarle una marioneta como compañera y complemento. En la profundidad del sueño inducido, le sacó del costado un trozo de madera y bajo la luz de una lámpara, la talló con esmero.

Al verla terminada y tan hermosa, suspiró. ¡Por fin! Eres madera de mis maderas, rezó. Y le dijo casi las mismas palabras que al muñeco narigón:

–Quiero hacer de ti una hija buena y aplicada. Así que, mañana mismo irás a la universidad –y agregó con ternura–: luego te casarás, tendrás hijos y formarás una buena familia como las demás chicas de la ciudad –se acostó y esperó que el hada azul la hiciera de carne y hueso.

Y así fue. De madrugada, el hada le sopló vida, pero le prohibió todo tipo de frotación cerca del fuego o bajo la luz del sol.

–Cada vez que te frotes, tu culo, pechos y pestañas crecerán como ramas de framboyán –la amenazó señalándola con su varita mágica–. Y si eres buena a lo mejor encontrarás a un gran hombre con el que no tenga la necesidad de frotación.

También le prohibió juntarse con la libélula dorada por ser una tentadora e inductora al frotamiento gratis y libre. Y le recomendó tener mucho cuidado, porque había muchos caballos de Satanás rondando maldades.

Pinocho se alegró. A él solo le crecía un apéndice y era con las mentiras. En cambio, Pinocha sin frotación se aburrió muy pronto. Las noches eran oscuras, largas y en la casa no había otras cosas que hacer que dormir y soportar los ronquidos del abuelo y el muñeco.

Fue la libélula dorada la que una mañana, cuando ella lavaba ropa en el río, se le acercó y le contó que no era normal aburrirse por la noche por miedo a quemarse. Fue la más serpiente de las libélulas la que con los ojillos brillantes y lengua viperina empezó a invitarla con alegría a desobedecer las órdenes del hada. Fue la libélula dorada la que, con voz de lobo feroz, le dijo lo fácil que sería para ella encontrar frotamiento sin quemarse.

Pero Pinocha le dijo que no, que la dejara, que tenía prohibido escucharla porque era malvada. Y que si se rozaba le iban a crecer pechos, culo y pestañas.

–El hada te lo prohíbe porque está vieja y no soporta que nadie sea más gorda que ella. Se pasa los días y las noches frente al espejo mágico, viendo que nadie sea más frondosa. Por eso te quiere como una estilla.

En ese momento se escucharon los pasos del hada. Una luz azulada y brillante se asomó por un lado del cielo. Pinocha recogió la ropa aun sin cercarse y se marchó sin dejar de mirar, un rato al dorado, otro rato al azul.

–¡En el momento que te frote serás más hermosa que ella, ya lo verás!– le gritó la libélula.

Entonces, Pinocha vio que era bueno acariciar y que no estaba mal un poquito de curvas.

Acompañada de su nueva amiga, visitó circos, teatros, burdeles y hasta en el país de los juguetes se le vio entrar. Pasó de una talla pequeña a una talla muy grande, pronto cambió blusas y pantalones, las pestañas eran casi como alas de mariposas. El viejo carpintero y el muñeco no podían controlarla, empezaron a buscarla en la oscuridad de la noche y la encontraban en todos tipos de frotamientos. Los cerditos, lobos, leñadores, princesas, enanos, príncipes y fantasmas se quejaron de la voracidad de la ex marioneta. En muchas ocasiones tuvieron que buscarla en el vientre de la enorme ballena azul porque provocaba humareda. Con pena, Geppetto le recogió la vida y la colocó fuera del alcance de ellos. Obligándola a ganarse el pan con sus sudores.

Como desobedeció, además de cumplir con su promesa, el hada cada vez más hada, cada vez más azul, cada vez más envejecida y cada vez más celosa, también la expulsó del mundo de los cuentos. Ni la bruja de Hansel y Gretel la quería para sus pucheros. Hasta del castillo encantado expulsaron a la marioneta. Ni siquiera la libélula dorada ya se atrevía a estar con ella.

Fue así como Pinocha salió del país de los cuentos y se marchó al de los juguetes. Sin escuelas, sin maestros, todo el día jugando, sobándose, divirtiéndose, sin castigo ni crecimiento de apéndices. Bueno sí, de orejas, pero qué importan dos orejas de burro cuando se tiene culos, pechos y pestañas para frotar y gozar.

Ahora la vemos frotándose hasta con el pirata de Peter Pan, que de vez en cambio, viaja de un mundo a otro huyéndole al cocodrilo verde. La vemos restregarse a todas horas, sin importar fuego, luz de sol o luz lunar. Cada vez más bosque, cada vez más montaña.



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