Pensar las formas

Pensar las formas

Pensar las formas

José Mármol

Desde las primeras reflexiones, en las bases mismas del pensamiento clásico occidental, acerca del arte como manifestación del espíritu por medio del lenguaje, la oposición entre forma y fondo venía predominando en la línea de argumentación.

Para unos lo importante y predominante era la forma, el límite del lenguaje como materialidad.

Para otros, lo fundamental era el fondo, el horizonte de sentido o significado de la expresión lingüística misma. Occam, al filo del medioevo, definió la palabra como huella o vestigio. Leibniz, en el siglo XVII, la llamará característica.

Fue Octavio Paz, en su hermoso ensayo El arco y la lira (FCE, México, 1979), quien resolvió el entuerto, eliminando así la oposición, con una fórmula poética reveladora: “Fondo es forma”.

Pensar las formas (Búho, RD, 2017) es el título del más reciente compendio de ensayos del poeta y crítico Plinio Chahín (1959), en cuyas páginas recoge trabajos publicados en la última década, en torno a temas de poesía, artes visuales, crítica, filosofía e historia, entre otros.

Como un rasgo característico del pensamiento humanístico posmoderno, es el descontento con el discurso academicista establecido lo que guiará, en buena medida, la línea de flotación de los conceptos clave en la obra ensayística.

Esta es, a mi ver, una manera de preservar, en esta nueva oleada de argumentaciones teóricas, la rebeldía y la postura iconoclasta del Chahín que conocimos al fragor de los efervescentes y polémicos años del decenio de los ochenta. Ahora más agudo y con una claridad estilística lograda.

En su empeño por exaltar en la crítica su función básica de ente orientador del lector o espectador y de elemento relacionante por excelencia entre los aspectos propios de la creación a partir del lenguaje, manifestados como literatura, arte, música o pensamiento, el autor profundiza su cuestionamiento al estadio actual de la función crítica en la cultura dominicana.

Aduce, por ejemplo, que la crítica nacional, salvo escasas y muy meritorias excepciones, desconoce el estado actual de la poesía en Hispanoamérica; aserto que trasladará luego a las artes visuales y el pensamiento social o humanístico.

“La crítica dominicana, en general, no se ha nutrido de un pensamiento propio ni ha sabido fundar su propio imaginario.

Ha sido, más bien, una crítica externa, impresionista o vagamente sociológica, mimética y repetitiva. Rara vez se ha estructurado sobre una verdadera visión del mundo o en torno a una noción de la literatura como estética del lenguaje”, sustenta Chahín.

Nuestros críticos son esclavos de una “rancia tradición sin cambios”; prefieren “preservar” antes que arriesgarse a “innovar”; se regodean en un impresionismo sociológico y mimético; son alérgicos a la creación o la invención; se inclinan por la mitificación, la “retórica falaz” y padecen una insufrible y radical “indigencia epistemológica”.

Apuntando hacia lo que debería ser la figura del crítico afirma: “El crítico no es un juez neutral y carente de prejuicios.

Es la voz de lo otro, de aquello contra lo que el poema atenta. No promueve una determinada corriente, sino que la descalifica en nombre de un escepticismo esencial ante lo que el discurso poético promueve”.

Ir contra lo establecido es la misión liberadora del poema, ante lo cual, la crítica dominicana se muestra “escasa” y “dubitativa” respecto de razonar sus propias propuestas discursivas.

Esa crítica sobrevive “como un rastro siniestro de la oscuridad” y su futuro podría ser “un silencio tenebroso”.

Esa crítica no piensa las formas por carecer de autenticidad.
Para Chahín, el lenguaje creativo ha de ser, sobre todo, transgresor, rompedor de paradigmas estériles, capaz de inventar nuevas realidades; es más, apto para llegar a conquistar verbalmente la realidad.



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