Peña Gómez ‘in memoriam’

Peña Gómez ‘in memoriam’

Peña Gómez ‘in memoriam’

Roberto Marcallé Abreu

En estos días nos hemos reencontrado con el doctor José Francisco Peña Gómez. Si miramos atrás, si colocamos en una balanza su trascendencia, es probable que nos arrope una desconcertante tristeza. Los homenajes celebrados en su memoria me parecieron grises y pálidos, casi irrelevantes.

Es una tarea pendiente situar su figura, su paso por la historia nacional, en sus justas dimensiones. José Francisco Peña Gómez es irrepetible.

De estar vivo y constatar la situación que en muchos órdenes prevalece entre nosotros, de seguro que lo abrumaría un enorme sufrimiento.

Gracias al ejercicio periodístico, tuve la oportunidad de tratarlo muy de cerca. Nacido de las entrañas mismas del pueblo, salvado milagrosamente de la muerte desde su misma infancia, poseía un verbo y una intuición descomunales, en capacidad de interpretar el sentir y los anhelos de los sectores más depauperados de la sociedad dominicana.

Enfrentó, desde su nacimiento mismo, peligros mortales. Nunca desertó de sus ideas, ni de sus esfuerzos por el rescate de las mayorías de su postración social y económica.

Su voz grave aun se escucha entre los dirigentes políticos enviados desde el exilio por el Partido Revolucionario Dominicano en 1961 tras la muerte violenta de Trujillo, exigiendo ser colocado en primera fila en la lucha por la libertad y la democracia.

Seguimos escuchando su arenga memorable cuando llamó al pueblo “a lanzarse a las calles” en 1965 para enfrentar a los usurpadores y golpistas y restablecer el gobierno constitucional de Juan Bosch, episodio determinante en los inicios de la insurrección de abril.

Peña Gómez era un líder extraordinario y un sólido muro de contención ante los desmanes oficiales. Si las oscuras manifestaciones del periodo 1966-1978, la represión, el crimen, la corrupción y las injusticias no arroparon la República Dominicana fue, en su medida, por el sacrificio de numerosos mártires, la prédica del profesor Bosch y el ascendiente de Peña Gómez, cuyo verbo era capaz de provocar una respuesta multitudinaria del pueblo.

Su honestidad era incuestionable. No le interesaba el lujo ni la riqueza. Vivió y murió humildemente, porque en su corazón no anidaban los deleznables y escandalosos apetitos tan habituales en nuestra dirigencia política. Abrió las puertas a todos, mientras a él lo devastaba la enfermedad y el sufrimiento.

Gracias a sus iniciativas, los países de la Internacional Socialista hicieron causa común con los dominicanos en la lucha por el respeto a los derechos humanos y las libertades públicas en el país.

Su acercamiento a los denominados “liberales de Washington” impidió un mayor derramamiento de sangre y la continuidad, aunque con sus gigantescas carencias, de la defectuosa y en extremo débil democracia existente aún hoy día en la República Dominicana.



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