En los últimos cinco años la economía dominicana ha registrado un crecimiento acumulado de 27.4 por ciento, pero debido al efecto geométrico implica que el país ha producido un 30 por ciento más de riquezas en ese tiempo.

Sin embargo, la calidad de vida del dominicano ordinario no ha mejorado un 30 por ciento en ningún renglón. Dicho de otra manera, los ciudadanos no son un 30 por ciento más ricos que hace cinco años.
El acceso a bienes y servicios tampoco ha mejorado en esa proporción.

¿Entonces, hacia dónde se está canalizando la riqueza que produce el país y en la que sí aportamos todos los ciudadanos?

Es evidente que estamos frente a una desproporción, pues una élite muy reducida se está quedando con la gran masa de ese crecimiento económico y por lo tanto contribuye poco al bienestar colectivo.

Esa inequidad crea descontento social, un caldo de cultivo para otros tipos de manifestaciones que no necesariamente son pacíficas.

Las estadísticas ofrecidas por las autoridades, más que provocar alegría generalizada, acrecientan la preocupación y la convicción de que vivimos bajo un régimen social injusto y desigual.

Todos los ciudadanos debieran sentir ese notable crecimiento económico, pero no ocurre así.