Las Américas asisten a una nueva era con la decisión de Estados Unidos y Cuba de restablecer relaciones diplomáticas, rotas en 1961 en el marco de una “guerra fría” que ya se había apagado en todo el resto del mundo.

La histórica decisión anunciada desde sus países por los presidentes de las dos naciones viene a subsanar una situación que en la actualidad no tenía razón de ser. Además, quita una espina en las relaciones del sistema interamericano.

Barack Obama, el primer afroamericano en ocupar la presidencia de Estados Unidos, tendrá que lidiar en su país con un sector que aún ve los fantasmas de una etapa que hace mucho fue superada.

La reapertura de embajadas entre los dos países es apenas el inicio de la normalización de sus relaciones, pero es un paso trascendental e histórico.

Esa decisión le brinda también la oportunidad a la Organización de Estados Americanos de resarcir uno de sus tantos errores históricos. No hay ninguna razón para que Cuba esté fuera de ese organismo y por lo tanto puede ahora propiciar su reingreso.

Otro paso, pero mucho más complicado, es levantar el anacrónico embargo de Estados Unidos contra Cuba. Lograrlo requiere de la participación del Congreso de Estados Unidos, pues implicaría la derogación de un entramado jurídico complejo, incluyendo aberrantes leyes de alcance extraterritorial.

Nada de eso impide que Cuba y su gobierno tienen que dar agigantados pasos para cesar en sus violaciones a los derechos humanos de los cubanos.

Pero ambos países caminan en buena dirección.

Los presidentes Barak Obama y Raúl Castro están haciendo historia.