No hay peros que valgan

No hay peros que valgan

No hay peros que valgan

Roberto Marcallé Abreu

Los meses de enero y febrero poseen una singular significación para los nacidos o descendientes de este país. Hace ya decenas de años se definió y consolidó lo que eventualmente sería la República Dominicana.

De ahí que en estas y muchas otras fechas se señalen estos días como de celebración y de recordación del sacrificio de tantos grandes hombres y mujeres excepcionales que dieron su vida para que hoy podamos llamarnos dominicanos.

Quien ha estudiado y conoce con minuciosidad la historia de América, fácilmente puede deducir que esta pequeña isla de Santo Domingo, apenas una vaga mancha en el mapa, ha sido escenario de muchos y reiterados conflictos que persisten en la actualidad.

Casi siempre manejada como un botín de guerra o de las circunstancias, a duras penas ha logrado sobrevivir.

Ha sido objeto de saqueos, de crímenes innombrables, de los apetitos desmesurados de países poderosos y de sus malos hijos. Ahora mismo es el centro de una campaña promovida por quienes se consideran con derecho a decidir el reparto del mundo y los destinos de la humanidad.

El rumor que ha terminado por ser certidumbre sobre tales propósitos, aviesos por decirlo de alguna manera, se inició hace más de dos décadas. Parlamentarios de la Unión Europea que recorrieron por meses tanto la República Dominicana como Haití, los dos estados que comparten la isla, tropezaron en todo momento con la actitud reacia de los dominicanos a la idea de unir ambos Estados.

Se propuso públicamente estimular la migración dominicana hacia Europa y Estados Unidos. Se llegó a plantear que el dominicano poseía una significativa capacidad de integración, y que su inserción en naciones de elevado nivel de desarrollo les abriría las puertas a realidades superiores. Contrario a la población haitiana debido a su primitivismo, sus magros niveles de civilidad y de empatía.

Nunca se dijo que el propósito real era que los habitantes de la parte oeste de la isla, con una capacidad de reproducción incontrolable, habituados de forma histórica a los trabajos duros eran, como lo fueron en el pasado, la gente apropiada para sus propósitos de explotación territorial y de control social.

Desde entonces, los afanes por imponer a los habitantes del este la presencia masiva de los del oeste, no han cesado. Los dominicanos deben dormir con un ojo abierto porque los peligros son ahora mayores que nunca.

El discipulado de Bosch, que con una interrupción gobierna el país desde 1996, ha conformado una situación de sumisión y entrega a los dictados geopolíticos cuyas proyecciones son sencillamente catastróficas.

En estas fechas patrióticas considero conveniente exhortar a quienes me leen a que asistan masivamente a todos los actos a los que sean convocados. Asistir, participar, hablar, ser parte de ellos.

Desde las misas, hasta las mesas redondas, desde las marchas hasta las ofrendas en el Altar de la Patria.

Es preciso que la dominicanidad se asuma como un sentir irrefrenable e incontenible.

Hoy, más que nunca, la patria de Duarte, Sánchez y Mella requiere de nuestro respaldo, de nuestra presencia, de nuestro amor, de nuestra dedicación, de nuestro sacrificio. La defensa de la nacionalidad dominicana es el tema prioritario. No hay peros que valgan.



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