No esperemos que se haga tarde

No esperemos que se haga tarde

No esperemos que se haga tarde

El espectacular asalto a una sucursal bancaria ubicada dentro de una concurrida plaza comercial, en pleno polígono central del Distrito Nacional, ha conmocionado a gran parte del país, no tanto por el hecho mismo, sino por el cúmulo de actos delictivos que han reducido al mínimo la sensación de seguridad de la población.

No es el primer asalto que se le atribuye a esa misma banda, sino el tercero en menos de tres meses, sin que se diera con sus principales cabecillas, lo que sumado a muchos otros actos de menor resonancia, pone bajo cuestionamiento la eficiencia de los organismos de combate y persecución de la delincuencia.

Asaltos a comercios, a residencias, a transeúntes y el raterismo no hacen más que aumentar la desconfianza en nuestras autoridades, algo peligroso para una sociedad.

Una secuencia de actos delictivos de este tipo se suma a la impunidad de la que disfrutan los que cometen crímenes de cuello blanco, de alta alcurnia.

El quiebre del régimen de consecuencias se observa desde la ya cotidiana violación a las señales y leyes de tránsito hasta los más sofisticados mecanismos para desfalcar las arcas públicas.
Aún estamos a tiempo de enderezar, no esperemos que se haga tarde.



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