Modigliani en Génova

Modigliani en Génova

Modigliani en Génova

José Mármol

Al llegar a Génova, hace unos días, la PiazzaDe Ferrari, eje de los centros histórico y moderno de los genoveses, me desveló una grata sorpresa.

Un módulo publicitario, colocado a un extremo de la hermosísima fuente, rodeada de regios edificios comerciales e institucionales, llamaba la atención de los paseantes.

Contiene un espejo convexo.

Al colocarme frente a él, me devolvió una imagen de mi figura corporal con la elongación manierista propia del estilo único de Amedeo Modigliani (1884-1920). Más abajo se puede leer: “Modigliani, 16 de marzo-16 de julio 2017, Palazzo Ducale, Genova”.

El Palazzo Ducale, renovado a raíz de la conmemoración de los 500 años del encuentro con el Nuevo Mundo, protagonizado por el navegante genovés Cristóbal Colón, data del siglo XIII. La invitación era absolutamente irresistible.

A la mañana siguiente, abrí, prácticamente, el puesto de taquillas, para no desperdiciar la única oportunidad que tenía de disfrutar de una exposición muy singular del gran pintor y escultor de Livorno, establecido luego en París, quien contribuyó a la transformación del lenguaje estético de las artes visuales del siglo XX, desde el clasicismo en el que se afincó en su niñez hasta la gigantomaquia entre el fauvismo, capitaneado por Matisse, y el cubismo, bajo la égida de Picasso, preservando la esencia de su singular y humana expresión artística.

La muestra retrospectiva, curada por el experto Rudy Chiappini, estudioso del artista livornés y de otros revolucionarios del arte como el newyorkino, hijo de inmigrantes haitiano y puertorriqueña, Jean-Michel Basquiat, consta de unas sesenta obras, entre pinturas, diseños y esculturas, que permiten apreciar, en profundidad, la particularísima personalidad artística de Modigliani, así como reconstruir su decisiva incursión, tanto para su arte como para su corta vida, en el ambiente cultural e intelectual disruptivo y decadente del París de las dos primeras décadas del siglo XX, y su fértil amistad con los artistas, mecenas y escritores que devendrían íconos de la vanguardia y de la bohemia de Montmartre, Montparnasse, el Bateau Lavoire y el prestigioso Salón de Otoño, como Picasso, Braque, Derain, Soutine, Chagall, Brancusi, Rivera (con quien compartió apartamento durante 1914), Picabia, Jacob, Apollinaire, Utrillo, Laurens, Vlaminck, Gris, entre otros, especialmente, su grande y leal amigo el artista polaco Moïse Kisling.

Es el pintor ítalo-chileno Manuel Ortiz de Zárate, quien lo invita a descubrir la efervescencia artística de ese París que imprimiría en Modigliani la personalidad del artista maldito, pero que además, le permitiría, partiendo de su formación estética clásica basada en la tradición italiana, instaurar un lenguaje visual caracterizado por una inédita personalidad plástica, capaz de incorporar, con exquisita sutileza y profundidad de visión filosófica, social y humanística, lo mejor de las vanguardiasy las rupturas fragmentarias hasta las máscaras rituales africanas y orientalesde las que absorbe la particularidad en el acento expresivo, sobre todo, en la vaciedad de la mirada, y la paradójica rigidez y ternura de sus rostros.

Con ello, Modigliani da lugar a un lenguaje radicalmente nuevo que, de acuerdo con Chiappini, conjuga el nerviosismo del diseño y el trazo de Toulouse-Lautrec con la sólida estructura formal de Cézanne, en un discurso innovador.

Entre 1911 y 1914, en medio de la miseria y el abuso de las drogas y el alcohol, Modigliani se dedica a la escultura y logra 28 piezas, cuyos elementos compositivos serán definitorios de su arte pictórico, en términos de simpleza y pureza, en especial, sus retratos y desnudos, últimos que provocaron escándalo.

Vivió apenas 35 años; su compañera y modelo, Jeanne Hébuterne, solo 22. Su arte, síntesis de tradición y modernidad, premia a Modigliani con la posteridad.



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