Miedo a la Libertad

Miedo a la Libertad

Miedo a la Libertad

Por Diógenes Aybar

Sé que no soy un perro porque no marco con mi orina los territorios que considero míos. No soy un gato, no enloquezco cuando veo un ratón, comenzando una rutina de juego y caza.

No me preocupa almacenar granitos de comida, ni proteger una colmena. No construyo nidos; no colecto néctar; no me asocio a otros para acorralar la presa en fuga; no pierdo el sentido de mí cuando atrapan mi olfato las feromonas de una perra en calor.

Todas estas cosas me son ajenas e indiferentes, no pertenezco a las especies presas de esos patrones genéticamente prefijados. También hay hordas de “homo sapiens“ marchando al ritmo que les imponen los patrones culturales; patrones nunca cuestionados, seguidos al pie de la letra; impulsos, que creemos propios y nacidos de nuestra íntima voluntad, pero que en realidad fueron programados desde afuera, nos conducen a actuar, a gustar o rechazar, a amar u odiar, a reír o a llorar, etc. Somos marionetas de la química del cerebro y la programación de la cultura.

¿Puede la marioneta tener vida propia si cortase las cuerdas con que la controla quien la manipula? ¿Quedaremos en el desamparo total, si cortamos las cuerdas? Pongámoslo en palabras claras y simples: ¿Puede el hombre librarse de las cadenas de la bioquímica y la cultura? En caso de hacerlo, ¿no sería esta libertad un suicidio? ¿O es que acaso se esconde más allá de las amarras de las cuerdas un universo inexplorado?

Ésta es la encrucijada que no queremos enfrentar, por eso preferimos “vivir”, no la vida que queremos, sino la que nos hace vivir a través de los hilos que nos controlan. En el Nuevo Testamento se pone en boca del Maestro la frase “conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Es decir, sólo conociendo los hilos interiores y exteriores que controlan nuestras emociones, razones e impulsos podremos llegar a ser libres. Esta afirmación no necesita abogado para defenderla, pero, ¿queremos realmente ser libres?

En el libro del Eclesiastés en la Biblia dice: “Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas (2:4); … Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música (2:8); … No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena (2:10)”. Sin embargo termina diciendo “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol (2:11)”.

Mueve a reflexión que el hombre que la antigüedad reconoce como el más sabio y poderoso concluya con tan aparente pesimismo; ¿Qué será de nosotros, simples mortales de poco discernimiento? Él fue arrastrado por fuerzas que él no cuestionó, creyó ser dueño de su destino, y finalmente comprobó que era una marioneta; por eso sintió y concluyó que todo era vanidad y aflicción de espíritu.

¿Qué pasa con quien descubra esto en la flor de su juventud? Lo rodea un mundo de marionetas que se creen libres (o tal vez sólo hacen creer que así lo creen); vivirá entre el cielo y el infierno, incomprendido y torturado como Friedrich Nietzsche o como “El Extranjero” de Albert Camus, o quizá al fin logre superar el tormento de ver donde los demás no quieren ver y camine entre los hombres como uno de ellos sin sentirlo; pero siempre le dolerá ver el derrotero que toma una humanidad autocegada por el miedo a la libertad (cosa tan claramente vista y explicada por Erich Fromm)

No quiero dar recetas como un gurú, mas sí sé que el camino seguido por la mayoría de nosotros no conduce a la felicidad ni a darle sentido (en los más íntimo de nuestro ser) a la vida que vivimos. Pero sí quiero reproducir una carta que encontré en una botella flotando en el mar. Una carta extrañamente firmada, pero con afirmaciones inquietantes, que yo no tenía como refutar. Veamos.

CARTA EN UNA BOTELLA FLOTANDO EN EL MAR

Estamos acostumbrados a mentir Hasta a nosotros mismos
Por eso lo hacemos sin darnos cuenta

Pero en el fondo lo sabemos
Y tememos ser descubiertos
Aún por nosotros mismos

Por eso “cascarrabiamos” como ogros Como gatos acorralados

Somos como el gato atrapado en un hoyo,
Que araña y muerde a quien quiere salvarlo

Los humanos estamos enfermos de miedo y de deshonestidad, de un impulso a dañar a los demás sin razón aparente, de reclamar de otros lo que nosotros mismos no damos, de un egoísmo profundo y autodestructor. Nuestras almas están enfermas, perdidas; y aparentemente sin remedio.

Es insospechable hasta qué grado estamos perdidos y cuan inconsistentes son nuestros pensamientos, deseos y sentimientos. Vivimos un estado de locura marañosa, drogada y dolorosa. Y esta misma locura nos hace querer seguir atrapados en ella.

Todos vivimos y actuamos de acuerdo a un mundo que no existe, un mundo plástico que se amolda a las necesidades momentáneas de nuestro enfermo egoísmo, donde todo lo que pensamos, deseamos, sentimos y hacemos está perfectamente justificado, hasta las contradicciones.

Si tan sólo pensáramos que este tiempo y este espacio son prestados y que en cualquier momento será reclamado, no nos dejáramos atrapar en la falsa maraña en que vivimos. Pero nuestra enfermedad nos impide tener esta clase de pensamientos y nos atormenta si nos atrevemos a pensarlos por un buen rato; y nos hace huir de ellos. Estamos completamente atrapados.

No podemos usar nuestro propio esfuerzo para salir de la maraña, pues nuestra mente retorcida nos saca de un mundo falso para conducirnos a otro. Estamos en un laberinto, creado y modificado continuamente por nuestra mente con el único objetivo de mantenernos atrapados en él perpetuamente, mientras usemos la mente como herramienta para salir de él.

Sabemos que vivimos en agonía constante y que así será hasta el día de la muerte, pero nos engañamos luchando contra la agonía, haciéndola más insoportable, y mantenemos la falsa esperanza de que así lograremos vencer.

Creemos que logramos algo engañando a los demás, pero todos sabemos que el show es falso.

Peor aún, no queremos salir de la maraña porque tenemos terror a vivir sin ella, no nos imaginamos sin ella, no sabemos vivir sin imaginarnos viviendo, y para ello necesitamos la maraña como marco de referencia. En fin, no sabríamos vivir sin ella; por eso salir de ella es un suicidio para nosotros. Y si alguien intenta sacarnos, ese es un asesino sádico a quien tenemos que eliminar.

Sólo conocemos la pena y la compasión falsa y adulterada de la maraña. Pero de la verdadera compasión no nos sentimos merecedores. Porque sabemos que así estamos porque así lo escogimos y lo hacemos continuamente. Por eso no nos condolemos de nadie sino de nosotros mismos, pero sólo como parte de un doble teatro: 1) hacia fuera parece que nos condolemos de los demás, 2) hacia adentro nos hacemos creer que nos condolemos de nosotros mismos; pero ambas cosas son falsas, todo es un juego marañoso.

Somos habitantes de un hermoso planeta que tiene el cielo azul, las nubes blancas, un inmenso mar, plantas y grandes árboles con hojas verdes y flores de múltiples formas y colores. No sabemos si esto es cierto o parte del engaño, pero podría usarse como referencia verbal, aunque visualmente la realidad muestre otra cosa.

Rogamos a quien fuere que recoja esta botella en el océano universal que avise a las autoridades. Creemos ser el tercer planeta de una estrella que llamamos sol, que se encuentra en un lugar medio periférico de la galaxia que llamamos la Vía Láctea. Avisen por favor que rastreen la zona en nuestra busca y que si nos encuentran, que por amor a la creación pongan una cuarentena eterna en un perímetro esférico de un radio de un millón de años-luz. Que nadie entre ni salga de ese perímetro, pues nuestra enfermedad es contagiosa y se transmite por todos los medios, incluso las ondas electromagnéticas, principalmente de radio y televisión. Por eso el bloqueo debe ser hermético, ni la luz ni nada debe salir de este espacio. Esta enfermedad destruye el alma carcomiéndole la conciencia.

Jesús

Cuando leí esta carta me avergoncé de mí mismo y de todo el género humano. Con lo que aquí publico busco provocar vergüenza y espanto en los lectores, tal vez así reaccionemos y podamos cambiar este pronóstico.



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