Memorial de frustraciones

Memorial de frustraciones

Memorial de frustraciones

Roberto Marcallé Abreu

¿Volverá alguna vez el pueblo dominicano a emerger de sus cenizas? Es en los últimos veinte años del siglo pasado cuando el dominicano descubre su orfandad y desamparo. Nadie encarna ni representa a los desheredados de la fortuna ni los ideales trinitarios.

El liderazgo popular está en bancarrota. Sus líderes apenas son una sombra.

Ese pueblo, que se mantuvo en actitud de rebeldía durante la férrea dictadura de Trujillo, que salió a las calles a ajusticiar sus remanentes, que colocó en el poder la mejor opción política en e 1963, que se fue a las montañas, que se enfrentó al ejército más poderoso del mundo, que asaltó cuarteles y le quitó las armas a las tropas represivas, que se mantuvo en actitud de rechazo y denuncia permanente contra los abusos y el crimen, abre los ojos y tropieza con una ausencia absoluta de resultados. Sus afanes parecen no tener asidero alguno.

Esta profunda sensación de fracaso, termina por consolidarse en este siglo. Con resignación, el pueblo se abandona, se coloca a un lado del camino, y empieza a conformarse con migajas.

Intereses políticos y empresariales a los que su suerte no le importa se adueñan del escenario. La droga hace acto de presencia en los barrios y ensombrece las actitudes contestatarias.

El perredeísmo que asumió el gobierno en 1978 fue como una cacería de buitres tras la riqueza pública. Al final el presidente Guzmán se suicida agobiado por temores y dudas.

La alocada carrera de empréstitos, el desorden administrativo, se inicia en su gobierno y prosigue en el de Jorge Blanco.

En 1984, se produce la intervención del FMI, un alza violenta y sin precedentes de los artículos de primera necesidad, una poblada y cientos de muertos.

Mientras la cúpula oficial y partidaria se daba golpes en el pecho, histérica, verbalmente agresiva y definitivamente impotente, muchachos y mujeres se enfrentaban a la soldadesca que recibió la orden brutal de “disparar de la cintura hacia arriba”.

De 1996 a 2004 se estructuró el abandono de los grandes propósitos nacionales. Se sentaron las bases de lo que venimos siendo testigos desde hace años: una despiadada transición en la que los políticos se transmutaron en empresarios y un despiadado apetito por la acumulación de fortunas a la sombra del poder.

Desapareció la ética, se esfumaron los principios.

Los sueños y esperanza de la gente (un país libre, independiente, progresista y de instituciones fuertes), los mejores ideales de Bosch, de Peña Gómez, del mismo Balaguer, se fueron a pique.

La sociedad dominicana se deslizó hacia el abismo, y los proyectos de los trinitarios y nuestros grandes idealistas fueron intercambiados por “tarjetas” de respaldo al mendicante, una corrupción sin límites, un desdén absoluto hacia el pueblo, y la entrega subrepticia de la soberanía nacional.

Resulta hasta doloroso pensar en nuestros líderes históricos encabezados por Duarte. Cuesta pensar en los héroes del 14 de junio encabezados por Manolo Tavárez, los miles de dominicanos que murieron en la insurrección del 1965, los que fueron sacrificados desde 1966 al 1978, los abatidos a tiros de fusil en 1984.

Francis Caamaño, Fernández Domínguez, Orlando Martínez, Amín Abel, Homero Hernández… son muchos, demasiados.

Si alguna vez este pueblo se decide a mirar hacia atrás, sus luchas, sus héroes y mártires, ¿reasumirá, acaso, sus antiguos ímpetus y se decidirá por luchar y enfrentar sus males tradicionales y a los verdaderos culpables?

Sí sabemos que la oscuridad es profunda y que, en el horizonte, no parece haber ninguna luz que deshaga estas aterradoras tinieblas.

No parece. Pero nadie sabe.



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