La salud es un activo fundamental que todo ser humano quiere conservar. De ahí que existan las consultas y los exámenes útiles de la medicina preventiva, pero cuando merma la salud de una persona tiene que acudir a buscar los servicios necesarios.

No importa si se trata de un hospital público o un centro privado. Toda persona tiene derecho a recibir un trato de calidad, sin importar la enfermedad que padezca o la condición que lo lleva a ser ingresado en vías de una pronta y satisfactoria recuperación.

No es el caso de un sinnúmero de pacientes afectados de VIH, que son, de acuerdo a un estudio realizado por el Consejo Nacional para el VIH y el Sida (Conavihsida) doblemente victimizados. Primero por la naturaleza de su padecimiento y, segundo, por la discriminación del personal que labora y provee los servicios profesionales en los centros médicos.

Resulta inconcebible que en pleno siglo veintiuno haya este tipo de conducta y rechazo a pacientes que tengan el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH).

Hay que insistir en este tema. Todo indica que hay valores que se pierden en el país, y de manera específica en una parte muy sensible del personal que ofrece su asistencia a pacientes con esta enfermedad.