Más esencia, menos apariencias

Más esencia, menos apariencias

Más esencia, menos apariencias

Altagracia Suriel

Hoy más que nunca necesitamos una reflexión profunda que nos lleve a valorar la esencia y ver más allá de las apariencias.

En una era digital que ha exaltado el predominio del ente desvalorando el ser, una mirada a Heidegger nos lleva a recobrar el análisis del ser, como pregunta fundamental asociada al verdadero sentido de la vida. El ente es la forma y el ser es la esencia.

Y a propósito de sinsentido, estamos siguiendo el insólito caso de una madre e hijo privados de libertad por cometer una atrocidad cuya realidad supera la ficción y no tiene que envidiarle nada al más escalofriante cuento de terror alguna vez contado.

Hay formas extremas de fracasos existenciales, entre las que se encuentran el suicidio y la cárcel. Matarse o matar aborta toda esperanza o potencial humano. Hoy Marlon y Marlin son dos vidas fracasadas.

Complejo es entender por qué cercenar una vida humana que solo quería vivir un sueño de amor que se convirtió en una pesadilla.

Los argumentos que dan los psicólogos para la comisión de hechos tan abominables son la sicopatía o sociopatía. Los sociólogos hablan de abuso de poder y de amparo en la impunidad. La filosofía aporta en estos casos un argumento más profundo: vacío o crisis de sentido de la vida.

Cuando se ponen las expectativas de la vida en la fama, en el poder, en la alcurnia, en el dinero, todo lo demás se vuelve medio, objeto o desecho, aún las personas.

Las amistades se convierten en coyunturales y las relaciones se basan en la conveniencia.

No hay amigos, ni familia, ni seres humanos. El yo, como diría el sofista Protágoras, se vuelve la medida de todas las cosas.

Y todo depende del cristal con que se mire. Y la mirada hacia el otro se vuelve inexistente. Y el otro, que no es el yo, muere.

Recuperar el sentido de la vida desde el amor, la compasión y el bien, y no de los bienes es la única terapia para esta sociedad herida de violencia y de maldad.



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